Page 24 - Revista State Of Mind

“Una tendencia reciente en páginas como Tum- In My Blood de Shawn Mendes (“tirado en
blr y otras redes sociales es la de romantizar la
idea de estar perpetuamente triste o no ser capaz
de funcionar como una persona normal” analiza
Shannon Heckt en The Odyssey, “estas personas
no comprenden lo que es estar triste durante días
o meses. La gente que lleva camisetas que dicen
‘demasiada ansiedad para la vida’ no saben que no
es gracioso temblar de miedo por cosas ilógicas y
que no es excéntrico estar demasiado triste para
salir de la cama”. Esta reflexión quizá tienda al dra- Gomez (“mis amigos quieren llevarme al cine,
matismo y a la falta de sentido del humor, pero sí
señala una actitud colectiva hacia la salud men-
tal que poco a poco corre el riesgo de banalizar
el problema. La gente se autodiagnostica, más o
menos en serio, ansiedad cuando está estresada,
depresión cuando está triste, bipolaridad cuando
es indecisa o TOC cuando le gusta tener el salón
ordenado. Cuatro enfermedades que, cuando se
sufren de verdad, impiden al individuo vivir con
normalidad. Incluso la inevitable canción de este
verano 2020, Tusa, consigue en el mismo estribillo
banalizar la salud mental (“pero cuando suena la
canción le da una depresión tonta”) y describir con
precisión uno de los síntomas más habituales de las
punzadas de ansiedad (“pero él la dejó en buzón,
será porque con otra está”: convertir conclusiones
viscerales e irracionales en verdades absolutas).
La música pop es lúdica por definición y ofrece un
escapismo frente a la vida real. Por eso sus preocu-
paciones más habituales son el amor, salir de fiesta
o tener buenas amigas. Paradójicamente, muchos
de sus cantantes suelen sufrir infiernos personales
entre canción y canción, pero el público siempre
ha extendido un acuerdo implícito según el cual
baila y celebra canciones interpretadas por seres
humanos muchas veces desgraciados, y durante el
último par de años el pop ha empezado a dar unos
diagnósticos más específicos de sus vivencias.
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el suelo del baño sin sentir nada, ‘tómate una
copa y te sentirás mejor’, ‘llévatela a casa y te
sentirás mejor’, a veces quiero rendirme, nin-
guna medicación es tan fuerte, miro mi teléfo-
no otra vez con ansiedad, no puedo respirar”),
Breathin de Ariana Grande (“miro hacia arri-
ba y la habitación da vueltas, juro que el cielo
se está cayendo, la gente me dice que me me-
dique”) o Anxiety de Julia Michaels y Selena
les dijo que se jodan porque estoy dándole la
mano a mi depresión y cuando creo que lo he
superado, la ansiedad me golpea para enseñar-
me una lección, hago todo lo que puedo para
ser sociable, hago planes con amigos y deseo
que ellos los cancelen, luego le doy vueltas a
todo lo que me estoy perdiendo y deseo estar
con ellos, todos mis exes dicen que soy difícil
pero no entienden por qué no puedo dormir,
me dicen que debería tomar algo para arre-
glarlo”) describen de forma directa, sin metá-
foras ni simbolismos, la experiencia de vivir
con ansiedad social, emocional o intelectual.
Letras como éstas, ayudan a visibilizar la lucha
que se vive a diario con las enfermedades men-
tales, ofreciendo no solo una especie de refugio,
sino una sensación de apoyo y acompañamien-
to, también mostrando que las celebridades son
seres humanos con problemas y debilidades
como el resto de la humanidad, rompiendo así
ese espectro de perfección y plenitud en las que
se cree, viven su vida. Parte del problema es que
al público le gusta pensar en sus estrellas como
inalcanzables. Y el dinero y la vida de lujo que
los rodea son difíciles de compatibilizar con un
cuadro de dificultades psicológicas. “Cuando
uno entiende que la gente es gente y no sólo
una cara famosa, empieza a percibir cuándo
está pasándola bien y cuándo no”. Pero es ahí
cuando nace el problema en muchas ocasiones,
cuando se empieza a normalizar la situación
por parte del público en un intento de ser más
como sus ídolos y sentirse más cercanos a ellos,
o simplemente al convertir vilmente auténticos
tormentos en una moda más.