Page 77 - La iglesia
P. 77

turbado por la emotiva reacción de Leire, el arquitecto técnico no tuvo más

               remedio que abrazarla también, sintiéndose incómodo y halagado a la vez.
                    —Tranquila, Leire. Tranquila, por favor…
                    —¡Un policía de paisano me ha hecho preguntas! —⁠hipó ella.
                    —Normal, Leire, cálmate.

                    —¿Y si piensan que la he tirado yo?
                    —No digas tonterías, ¿cómo vas a tirarla tú? Escúchame, ¿te ha dicho que
                                                                                                      ⁠
               eres sospechosa de algo? —⁠Ella sorbió los mocos y negó con la cabeza—.
               ¿Ves? No te tortures. Estabas allí con ella, es normal que te pregunten. Pura

               rutina.
                    Leire se tranquilizó un poco y volvió a apoyar la cabeza en el pecho de
               Juan  Antonio.  Así  permanecieron  hasta  que  la  señora  emperifollada  se
               materializó a su lado, como un espectro.

                    —Soy Esther, la madre de Leire —⁠se presentó a Juan Antonio⁠—. Hay que
               ver qué mala sombra, estar en casa de esa chica justo en ese momento.
                    El  tono  con  el  que  pronunció  «esa  chica»  inducía  a  pensar  que  no
               aprobaba la relación de Leire con Maite. Lo más probable es que incluso se

               avergonzara de la condición sexual de su hija. Juan Antonio quiso conocer
               más detalles:
                                                                    ⁠
                    —¿Cómo sucedió exactamente, Leire? —le preguntó.
                    —Yo  estaba  haciendo  la  comida.  Ella  dormía  en  su  cama.  De  repente

               gritó, oí un sonido muy fuerte que confundí con una explosión y enseguida
                                                    ⁠
               escuché alboroto en la calle. —Leire intentaba contener los sollozos mientras
               hablaba; a Juan Antonio, verla tan deshecha le partía el corazón⁠—. Encontré
               el balcón del dormitorio abierto. Cuando me asomé, Maite estaba encima de

               un  coche,  con  los  ojos  abiertos  de  par  en  par,  mirando  al  cielo.  El  coche
               estaba destrozado y ella no se movía. Y su cara…, su cara…
                    Leire  estalló  en  lágrimas  y  volvió  a  hundir  el  rostro  en  el  hombro  del
               aparejador.  La  madre  ofreció  un  cigarrillo  a  Juan  Antonio  con  desdén.  Su

               rictus era frío y grave.
                    —No, gracias —rechazó él—. Lo dejé hace tiempo.
                    La señora encendió su pitillo con elegancia, a pesar de que el mechero de
               los  chinos  que  utilizó  para  hacerlo  era  el  paradigma  de  la  horterada.  Juan

               Antonio pensó que el falso glamour que destilaba acababa de condensarse en
               el suelo, en forma de charco.
                    —La  presidenta  está  dentro,  con  toda  su  troupe  —⁠comentó  ella,
               expeliendo humo al hablar⁠—. El policía también anda por ahí. ¡A ver cómo

               acaba todo esto!




                                                       Página 77
   72   73   74   75   76   77   78   79   80   81   82