Page 92 - La iglesia
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de aceite. Marta bajó la vista, dio un trago a su cerveza y sacó de la nevera las
lonchas de pavo envueltas en plástico transparente.
—Marta, yo no tenía ni idea de que habría algo así allí abajo —se
defendió—. Además, no creo que tengamos que preocuparnos: a ella le ha
encantado esa mierda de talla…
—Esperemos que esta noche no cambie de opinión —dijo ella con
frialdad, extendiendo una fina capa de margarina en las rebanadas de pan de
molde—. Como se levante llorando, te ocuparás tú de ella.
Justo en ese momento, Ramón, que había estado bebiendo de su cuenco
de agua, miró hacia la puerta de la cocina y emitió un gruñido grave. Allí
estaba Marisol, muy seria, con una de sus Monster High en la mano. Marta le
dio un golpecito al perro en el hocico y le regañó:
—¡Ramón, ¿qué es eso?! Es la segunda vez que le gruñes a la niña esta
tarde. ¡Eso no se hace!
El husky metió el rabo entre las patas y se sentó, enfurruñado. Aquel
comportamiento no era normal en él. El perro llevaba años soportando con
estoicismo las trastadas de Marisol y le encantaba jugar con ella. Juan
Antonio salió en defensa de su mascota. Pensó que un cambio de tema le
vendría de perlas.
—Ramón va para viejo, y como buen viejo se estará volviendo
cascarrabias. —Enfocó la atención en su hija, que le enseñaba una muñeca
que ya había visto otras veces rodando por la casa; representaba una
adolescente espigada, de piel gris y melena azul, con unas gafas que habrían
hecho palidecer de envidia a los de LMFAO—. Hola, princesa.
—¿Sabes quién es? —le preguntó a su padre, mostrándole la muñeca.
—Claro, una Monster High. Te la trajeron los Reyes, ¿no?
—Se llama Ghoulia, y está muerta. Tu amiga Maite también estará muerta
pronto e irá al infierno, porque se ha matado ella misma, porque es una
suicida.
Marta cerró el sándwich que estaba preparando con una violencia
innecesaria, dio dos zancadas y cogió a su hija en brazos. Juan Antonio aún
no había sido capaz de reaccionar ante las palabras de Marisol.
—¿Y esto? ¿También tuviste que hablar sin reparos delante de ella de
algo así? ¡Tiene seis años, por Dios!
Él rebobinó su mente a toda velocidad. En ningún momento había hablado
del intento de suicidio delante de su hija. Estaba segurísimo.
—Marta, te juro que solo le dije que Maite se había hecho daño y que no
tenía importancia. Nada más.
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