Page 82 - Las ciudades de los muertos
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antiguo monasterio. El país entero está lleno de ellos.
               —Algún día me gustaría visitar alguno.
               Paseé el índice por el polvo que había sobre el mostrador.

               —¿Para ver las ruinas o el desierto?
               Larrimer sonrió.
               —Para ambas cosas.

               Espléndido, otro lugar para ir en busca de fantasmas. A estas alturas, ya debería
           haber aprendido, para no sorprenderme.
               Un muchacho salió de la otra habitación. Era Azzi, el hijo de Ahmed. Así que

           éste era el mismo hombre que había conocido en Luxor; había dicho la verdad al
           descubrirnos su identidad. No era un impostor. Azzi y yo nos reconocimos al instante
           y pude ver en su semblante un aire de preocupación. ¿Qué estaría pensando de mi

           presencia en este lugar? Luego, volvió a ponerse una máscara invisible.
               —Carter bajá, creo… Qué interesante volver a verlo.

               —Azzi —asentí y le sonreí—. ¿Cómo están tu padre y tu hermano?
               —Bien,  Carter  bajá  —observó  a  mi  acompañante;  pero,  antes  de  que  pudiera
           hacer las presentaciones, el americano dio un paso al frente con la mano extendida.
               —Soy Henry Larrimer, de los Larrimer de Pittsburgh —lo cual me hizo recordar

           que debía hablarle del tema más tarde. El desconcierto del muchacho era obvio.
               —Mi padre se reunirá con nosotros de un momento a otro. Se ha retrasado un

           poco. ¿Les apetece tomar un poco de té con menta?
               Me sorprendió el cambio que parecía haberse operado en los modales de Azzi.
           Aquella  noche,  en  Luxor,  se  había  esforzado  para  que  todo  adquiriera  un  tono
           misterioso,  pero  aquí,  en  la  tienda  de  su  padre,  ejercía  las  perfectas  funciones  del

           propietario de un pequeño negocio: ser cortés y mostrar una cierta deferencia, aunque
           tampoco en exceso.

               —Nos encantará, gracias. ¿Henry?
               —Sí, gracias.
               —Entonces,  tendrán  que  perdonarme  unos  instantes,  caballeros.  Por  favor,
           pueden ustedes curiosear cuanto deseen.

               Regresó a la segunda habitación. Observé a mi alrededor.
               —¿Quieres curiosear entre todo este polvo?

               Henry se echó a reír.
               —No tiene precisamente el aspecto de ladrón.
               —Ésta  es  la  rama  cairota  de  la  familia  —señalé  hacia  la  calle—.  Por  aquí  se

           encuentran pocas tumbas.
               —Sin embargo…
               —Creo que comprobarás que el negocio familiar es un asunto delicado aquí.

               No tenía ni idea de lo que estaba intentando decirle.




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