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Rubick

















            Cualquier mago puede lanzar un hechizo o dos, y algunos puede que incluso
            estudien lo suficiente como para convertirse en brujos, pero sólo a los más
           talentosos se les permite ser reconocidos como Magus. Sin embargo, como en
         cualquier círculo de hechiceros, el sentido de comunidad nunca garantiza que la
          competencia sea cortés. Aun siendo ya un duelista de renombre y un erudito del
        grandioso mundo de la hechicería, a Rubick nunca se le había pasado por la cabeza
           que quizá tuviera madera para ser un Magus hasta encontrarse en mitad de su
      séptimo intento de asesinato. Mientras lanzaba sin demasiada dificultad al duodécimo
       de una sarta de supuestos asesinos desde un alto balcón, cayó en la cuenta de cuán
         poco imaginativos se habían vuelto los atentados contra su vida. Donde antes el
        sonido de un chasquido de dedos o una mano envuelta en llamas le hubieran hecho
                   dar saltos de alegría, ahora todo se había vuelto muy predecible.

            Ansiaba tener una competencia mayor. Por eso, enfundándose su máscara de
       combate, hizo lo que cualquier brujo que quisiera ascender de rango haría: anunció
          sus intenciones de matar a un Magus. Pero Rubick no tardó en descubrir que el
                 amenazar a un Magus supone amenazarlos a todos, y todos ellos le
         correspondieron con contundencia. Cada encantamiento enemigo era un torrente
        imparable de energía y cada ataque un golpe letal bien calculado. Pero en seguida
       ocurrió algo que los enemigos de Rubick no esperaban: sus artes parecían volverse
        contra ellos. En medio de esa trifulca mágica, Rubick reía entre dientes, leyendo y
      replicando sutilmente los poderes de uno para lanzarlos contra otro, sembrando el
       caos entre los que se habían aliado en su contra. Empezaron a oírse acusaciones de
           traición y al poco los hechiceros se volvieron los unos contra los otros sin
            sospechar quién estaba detrás de su perdición. Cuando la batalla concluyó
        finalmente, todos se encontraban abrasados y congelados, empapados, cortados y
        perforados. Más de uno yacía muerto por las artes de un aliado. Rubick permanecía
         aparte, dolorido pero deleitado con el espectáculo. Nadie tuvo las fuerzas para
         discutir cuando presentó su petición de asunción al Consejo Oculto, y todos los
              Once Insustanciales convinieron en concederle el título de Gran Magus.
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