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Oracle

















       Los ascendentes a la Gran Sede de los Cymurri habían importado durante eras sus Oráculos exclusivamente del Incubario de Marfil, en
        lo más alto de las huecas cumbres de la Cordillera de Zealot, con un primer pago realizado en el momento justo de la concepción del
            embrión y entregando el faltante en el alumbramiento de un profeta maduro y bien entrenado para el Portón del Rey Ídolo.
      Criados por las mismas Sibilas Pálidas que procrearon y les dieron a luz, todos los Oráculos sancionados fueron anclados en su forma
        física al mundo que la mayoría de nosotros compartimos; mientras tanto, sus almas deambulaban muy lejos, apenas atadas por el más
       liviano de los ombligos astrales. De tales vagabundeos cósmicos volverían los profetas, hablando con palabras de fuego y lenguas de
         carne. Sus místicas declaraciones se analizaban entre los Consejeros Cymurri, quienes encontraron en ellas visiones del futuro,
         asesoramiento diplomático, toda la munición sobrenatural que necesitaba la dinastía de Reyes Ídolos para asegurar la victoria en
       cualquier campaña, tanto en la corte como en el campo de batalla. Así fue durante generaciones, con las páginas del Tomo de los Ídolos
        llenas de los nombres de reyes triunfantes y de los nuevos dominios que habían adquirido. Así fue, esto es, hasta que un Oráculo en
                        particular llamado Nerif llegó para servir al último de todos los reyes con yelmo de piedra.
         Desde el primer momento, las profecías de Nerif fueron inusuales. No parecían presagiar meramente el futuro, sino moldearlo. El
         extraño adivino graznó consejos que nadie había solicitado y, de pronto, los Cymurri se encontraron inmersos en conflictos con
          enemigos recién descubiertos. Los Consejeros, sintiendo una amenaza a su poder, no tardaron en acusar de estos desagradables
           acontecimientos al último Oráculo. Exigieron su destitución, pidiendo a las Sibilas llevar de vuelta a su profeta defectuoso y
        reemplazarlo con un sustituto meritorio. Pero Nerif describió un ominoso sueño sobre el cataclismo del Incubario y horas más tarde
         llegaron noticias de la destrucción de la antigua escuela en una catastrófica avalancha. Temiendo sufrir el mismo destino que las
        Sibilas Pálidas, los Consejeros se retiraron a sus cámaras de consejo, repentinamente ansiosos por evitar la atención del Oráculo.
        El Rey Ídolo, sin embargo, era una criatura de gran practicidad. Dudó del compromiso de sus excesivamente prudentes Consejeros. Un
         Oráculo de tal rareza, razonó, debería usarse como arma para extender su dominio. Por tanto degradó a sus tímidos consejeros y
         colocó a Nerif a su lado. Con sólo un pobre entendimiento del talento de Nerif, declaró con valentía los resultados que deseaba y
                                 persuadió a Nerif para pronunciar sus deseos en forma de profecías.
       Al principio, todo fue bien. El Último de los Reyes Ídolos se jactó de que al adoptar a la mascota del Destino, había hecho del Destino
       su juguete. Debió tomárselo como una advertencia cuando, en la víspera de la invasión al reino del Sátrapa Insatisfecho, intentó forzar
        una predicción de una victoria asegurada por parte de su Oráculo, sólo para escuchar cómo Nerif murmuró en silencio: "la situación
       podría tomar un camino u otro". No podía sonsacar una declaración más firme de los labios de Nerif. Aun así, el Rey tenía confianza en
         su ejército. El Sátrapa estaba rodeado de tierra, pobremente armado y completamente aislado de posibles aliados. Entendió el "la
        situación podría tomar un camino u otro" como una indicación de que, con el poder táctico de su parte, había poco riesgo en su plan.
       Por supuesto, ahora sabemos que debería haberse tomado las palabras del profeta más literalmente. Incluso con el estudio cuidadoso
          de los Anales Anotados de If, lo que pasó en el campo de batalla frente al palacio del Sátrapa Insatisfecho es casi imposible de
       visualizar. Parece ser que en mitad de la carnicería, la batalla se empezó a bifurcar. En cada momento crucial, la realidad se abrió y se
       rompió en pedazos. Soldados que se tambalearon y cayeron en batalla también permanecieron en alto con pie seguro, avanzando paso a
          paso hacia la batalla. Sus mentes también se separaron; los guerreros se encontraron a sí mismos muertos y vivos, existentes e
       inexistentes. La victoria y la derrota estaban divididas, de tal forma que cada uno de los resultados se experimentaban simultáneamente
            en ambos ejércitos. El universo se convirtió en una galería de espejos, con todos los espejos quebrándose infinitamente.
       El efecto inmediato en ambas agrupaciones fue la locura. Incapaz de comprender el hecho de ser tanto vencedor como vencido, la mente
         del Rey Ídolo se dispersó en motas de demencia. Al inocente Sátrapa no le fue mejor. Las parejas de realidades opuestas siguieron
        dividiéndose y dividiéndose, retumbando como el eco de historias infinitas, todas ellas ocupadas por una población desorientada que
              pronto perdería la habilidad de alimentarse, vestirse, defenderse o reproducirse entre ellos de la forma tradicional.
       Sin embargo, mucho antes de que las repercusiones se hubieran desarrollado, los recelosos Consejeros de los Cymurri habían tomado
           por la fuerza a Nerif, lo habían atado y amordazado, y lo habían lanzado fuera de su universo a gran velocidad en una barca
         dimensional, con la esperanza de depositarlo en algún lugar donde nunca jamás pudiera volver a hacer daño. Por supuesto, ya era
                                  demasiado tarde para ellos. Y a buen seguro lo es para nosotros.
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