Page 11 - Historias de los jueves
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adornan como si fuesen puntillas de un laborioso tapiz. Los bosques de los robles en invierno resultan fantasmales y, aún así, hermosos.
Ahora el sobre estaba estropeado. Y en su sueño se tornaba pesadilla. LA CARTA venía a ella de forma angustiosa. Se asfixiaba en el fondo, soportaba demasiado peso. Pugnaba por respirar. Un pequeño desgarro en la saca serviría para que se filtrase el aire y recibir una bocanada de aliento. La abandonaban las fuerzas y caía en un profundo sueño hasta que el frío del suelo donde se encontraba o una corriente de aire la estremecía y despertaba de nuevo. A oscuras en aquel fondo, LA CARTA perdía toda la ilusión de ser rescatada. Sin embargo la llama de la esperanza se avivó cuando desde su sopor oyó que alguien se acercaba. Había movimiento a su alrededor, hablaban, y las voces se filtraban como un susurro. Debían estar disponiendo algo definitivo; y al cabo de un rato notó un empujón. LA CARTA había sido desplazada y donde antes estaba abajo, ahora estaba arriba.
Han dado volquete a la saca y como un vendaval quedaron todas desparramadas por el suelo. Gran número de sueños tal vez yaciendo allí. Quizá los sueños de Miren eran idénticos a los de los demás.
El terrón de azúcar, imaginario, que saboreaba en su boca, le daría fuerza a Miren para contar una historia, aunque sólo fuera una. Una para ser leída por alguien más que no fuera ella misma. Las escribía en cuadernos, siempre de la misma clase: pastas de cartón blandito y color verde, el color de la esperanza. No le gustaba la cuadrícula, tenían que ser rayados, lineales en paralelo. Por allí las letras viajaban como por las vías del tren, sin obstáculos, con libertad y
[Germelina Andrés — 11]






























































































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