Page 32 - Historias de los jueves
P. 32
dado. Hasta que Sara le dio la sorpresa.
Ya en la calle, caminando con su silla, sujeta por aquella especie de asa que hacía su trasporte más cómodo, vio y saludó a su segundo mejor amigo, el árbol. Con él también tenía sus conversaciones; le estaba muy agradecido por la sombra que le regalaba y por mantener esa copa tan frondosa que de tantas lloviznas le había resguardado. Aquel era el sitio preferido de Santos; cada tarde, sentado bajo su sombra, hacía un recorrido por su extensa vida. Él creía que ya había vivido suficiente. Por las noches escuchaba a Sara que le llamaba cada vez con más intensidad.
Una vez acomodado, su primera mirada se dirigió hacia la carretera que llegaba hasta el centro del pueblo; los rascacielos de oficinas eran manchas opacas entre la mezcla de niebla y contaminación. Aquel lugar se seguía llamando el barrio de Las Fuentes, allí era donde Santos había nacido, donde había vivido hasta que aquellos señores tan amables les habían obligado a aceptar la oferta que les hacían; y sin darse cuenta, su casa, con su tejado plano de estilo mediterráneo, desapareció. No fue lo único que desapareció por aquel entonces, ya que las fuentes que daban denominación al barrio fueron cubiertas con tierra, no quedando de ellas más que su nombre.
Seguía él recorriendo su pasado cuando sonó la voz quejumbrosa de un cantante; a Santos le encantó. Así se quedó, escuchando la canción y dando una larga calada a su cigarro, sabedor del riesgo que aquello suponía. Aspiraba el humo, que llegaba a sus maltrechos pulmones, pero al mismo tiempo sentía un placer inmenso, cuando le vino a la mente aquel día que estando con su querida Sara, los
[Ángela García — 32]