Page 33 - Historias de los jueves
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dos solos tomando la fresca, apareció aquel vagabundo que brincaba y agitaba los brazos de forma extraña, y con la misma rapidez que había aparecido dio media vuelta y volvió a internarse en la oscuridad. Santos, con la misma sorpresa que Sara, dijo: «seguramente ese hombre tocaba el trombón en una banda de otro mundo».
La silla gimió, Santos consultó su reloj, repartirían pronto las cenas y no quería ni debía llegar tarde. Pensó que ya era hora de dar un descanso a su vieja amiga. La revisaría antes de dejarla aparcada en el cuarto de bicicletas, como denominaba a aquel cuchitril. No les quedó más remedio que irse a vivir allí, ya que la enfermedad de Sara avanzó con bastante rapidez. Quizás tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida. Jamás dejaría a Sara sola y él se veía incapaz de cuidarla solo.
Ella jamás se dio cuenta de cuál era su nuevo hogar, únicamente dibujaban sus labios una opaca sonrisa cuando fijaba su mirada en aquella fotografía en blanco y negro que mostraba a dos jóvenes llenos de ilusión y esperanza; era lo único, junto con la silla, que habían traído de su casa. La fotografía la había colocado encima de aquel armario aparador; habían pasado treinta y tantos años. De Sara no quedaba nada, ya hacía años que solamente respiraba. También daba algunos paseos cogida de la mano de Santos. Ella tampoco supo nunca que aquella pequeña habitación no servía para guardar las bicicletas, sino para guardar las sillas de ruedas que por una cosa u otra se quedaban sin dueño.
Al dejar aparcada la silla se dio cuenta que él también estaba cansado, quizás más que su querida silla; pensó que
[Ángela García — 33]






























































































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