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Poesía


                     Marco Martos





                                                       Máquina del otoño




                                       Funciona mal la máquina en el otoño de su vida,
                                       va despacio por las calles y los campos,
                                       tosen sus fierros viejos y su respiración

                                       se hace entrecortada y da miedo, pánico.
                                       Le hacen falta aceite y gasolina

                                       y mano fina que arregle sus desperfectos.
                                       Tuvo asientos muelles.
                                       Ahí se refocilaban las muchachas de glúteos hermosos
                                       y ojos inmensos como lagos.
                                       Una le dijo que era fácil de querer y difícil de olvidar,
                                       era un vehículo de cromos brillantes
                                       al que se podía adorar toda la vida.
                                       Nada era verdad,
                                       salvo el movimiento de las ruedas
                                       vertiginosas en el negro asfalto.
                                       Mujeres que se aferraban al timón
                                       y daban gritos de entusiasmo
                                       que el oscuro motor guarda como un recuerdo ajado,
                                       ahora que la máquina se detiene al borde de los acantilados
                                       y observa el piélago azul y plata,
                                       el cementerio marino con sus palomas y sus barcas.








                                                                                                                 63
                                                             Dátiles



                                       Dame, Dunia, dátiles de tu boca, dame tus dátiles,
                                       déjame palpar tu talle debajo de los sicomoros,
                                       dame tus dátiles de espesa miel.
                                       Déjame besar tus pezones rosados,
                                       hundirme en las aguas marrones de tus ojos,
                                       en la cascada de tu risa, en la oscuridad de tus oquedades,
                                       donde nace la vida y la luz.
                                       Dame, Dunia, tus dátiles, dámelos.
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