Page 247 - ANTOLOGÍA POÉTICA
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Como horribles batracios a la atmósfera,
                  suben visajes lúgubres al labio.
                  Por el Sahara azul de la Sustancia
                  camina un verso gris, un dromedario.


                  Fosforece un mohín de sueños crueles.
                  Y el ciego que murió lleno de voces
                  de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,
                  al crudísimo día de ser hombre.

                  Las Horas van febriles, y en los ángulos
                  abortan rubios siglos de ventura.
                  ¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga
                  sin piedad nuestros nervios,
                  cordeles ya gastados, a la tumba!


                  ¡Amor! Y tú también. Pedradas negras
                  se engendran en tu máscara y la rompen.
                  ¡La tumba es todavía
                  un sexo de mujer que atrae al hombre!




                  Al fin de la batalla,
                  y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
                  y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
                  Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

                  Se le acercaron dos y repitiéronle:
                  «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
                  Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

                  Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
                  clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
                  Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

                  Le rodearon millones de individuos,
                  con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
                  Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

                  Entonces todos los hombres de la tierra
                  le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
                  incorporóse lentamente,
                  abrazó al primer hombre; echóse a andar...
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