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RASSINIER : La mentira de Ulises
He advertido anteriormente que no se trataba de seleccionar a los ineptos para vivir sino
a los ineptos para et trabajo. El matiz es perceptible. Si se quiere despreciarlo a toda costa, yo
confieso
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[217] públicamente que sería preferible «arriesgar un retiro probable ( ) de las
responsabilidades en el campo» que cargar la conciencia con esta participación activa»,
siempre diligente en la práctica. ¿Habrían vuelto los verdes al poder? ¿Y después?
Primeramente, no eran bastante fuertes para conservarlo. Luego, en este caso concreto, no
habrían tenido más celo respecto a la masa. No hubieran designado a mayor número de
ineptos ni habrían tomado menos en consideración la calidad, pues, en estas selecciones, los
rojos no se preocupaban más que los verdes del color político, a menos que la
Häftlingsführung estuviese interesada por alguno de los suyos.
Por tanto, y si esto era para asumir este delito a los ojos de la moral, ¿por qué tomar el
poder a los verdes o querer conservarlo contra ellos? Es posible que al estar los verdes en el
poder, los ineptos seleccionados de este modo no hubieran sido los mismos, salvo en algunos
casos. Pero nada hubiese cambiado en cuanto al número, que estaba determinado por la
estadística general del trabajo y según la posibilidad material del campo para sostener un
número más o menos grande de no trabajadores. El mismo Eugen Kogon quizá no hubiese
tenido la posibilidad de llegar a ser o de permanecer como secretario particular del capitán
médico de la S.S., doctor Ding-Schuller, y, arrojado en la masa, quizás hubiese caído también
él entre el número de estos ineptos a fuerza de ser golpeado y de tener hambre. Posiblemente,
hubiese sucedido lo mismo a los otros quince que han dado la absolución a su testimonio.
Entonces, hubiera sobrevenido la catástrofe más inesperada: sólo hubiese podido ocurrir lo
siguiente:
«No todos nosotros fuimos transformados en mártires, sino que pudimos
continuar viviendo como testigos.» (Ya citado.)
Como si importase para la historia que Kogon y su equipo fuesen testigos antes que
otros – como Michelin de Clermont-Ferrand, François de Tessan, el doctor Seguin,
Crémieux, Desnos, etc.-, pues este todos y este nosotros sólo se aplican, bien entendido, a los
privilegiados de la Häftlingsführung, y no a todos los políticos que a pesar suyo constituían
la mayor parte de la masa. Ni siquiera por un instante le ha venido al autor la idea de que
[218] contentándose con comer menos y golpear menos la burocracia del campo hubiese
podido salvar a la casi totalidad de los presos y de que hoy sólo reportaría ventajas el que
también ellos fuesen testigos.
Para que un hombre tan prevenido y que ostenta por otra parte una cierta cultura, haya
podido llegar a conclusiones tan miserables es preciso ver la causa en el hecho de que ha
querido juzgar a los individuos y los acontecimientos del mundo del campo con unidades de
medida que le son ajenas. Cometemos el mismo error cuando queremos apreciar todo lo que
sucede en Rusia o China con unas reglas morales que son propias del mundo occidental, y
tanto los rusos como los chinos hacen lo mismo en sentido inverso. Aquí y allí se ha creado
un orden y su aplicación ha dado origan a un tipo de hombre cuyas concepciones de la vida
social y del comportamiento individual son diferentes y aún opuestas.
Lo mismo sucede con los campos de concentración: diez años de experiencia han
bastado para crear un orden en función del cual debe ser juzgado todo, y máxime teniendo en
cuenta que este orden dio origan a un nuevo tipo de hombre intermedio entre el delincuente
común y el preso político. La característica de este nuevo tipo de hombre resulta del hecho de
que el primero ha descarriado al segundo y le ha vuelto casi semejante a él, sin herir
demasiado su conciencia, al nivel de la cual estaba adaptado el campo por aquellos que lo
habían concebido. Es el campo el que ha dado un sentido a las reacciones de todos los presos,
verdes o rojos, y no a la inversa.
De acuerdo con esta comprobación y en la medida en que se quiera admitir que no se
trata de una simple construcción del espíritu, las reglas de la moral en curso en el mundo
exterior a los campos pueden intervenir para perdonar, pero en ningún caso para justificar.
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Probable solamente, lo subrayo.
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