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—Yo no soy una esclava.
Apeló a todos y cada uno de los ancianos, pero nadie quería ayudarla, todos estaban
callados, todo el mundo tenía miedo de Duryodhana; todos excepto Vidura. Una y otra
vez dijo que las palabras de Vikarna eran correctas y que ella no era de ningún modo
esclava de Duryodhana; pero nadie prestó atención a sus palabras.
Duryodhana sonrió a Draupadi y le dijo:
—Ya no lo digas más, deja de repetir que no eres una esclava, ya lo hemos oído
bastante; dejémoslo a un lado de momento. Tus cinco maridos Nakula, Shadeva, Ar-
juna, Bhima y Yudhishthira, la imagen del Dharma, están todos aquí. Ellos no han
intentado hasta ahora contestar tu pregunta ni han tratado de liberarte de tu esclavitud.
Permanecieron en silencio, incluso cuando tu honor estaba en peligro. Espero que Yud-
hishthira hable. Déjale que él diga si le perteneces a él o a mí. Después de eso decidiremos
tu futuro. —Duryodhana esperó con una sonrisa provocativa en sus labios; Yudhishthira
aún permanecía con la cabeza inclinada y sin pronunciar palabra. Duryodhana soltó
una carcajada y le dijo—: ¡Mira, Draupadi! todos tus maridos permanecen callados. Yo
contestaré a tu pregunta: ¡eres libre! Libre para escoger un hombre de entre nosotros;
no has nacido para ser una esclava, debes ser la esposa de un monarca. Deja a estos
hombres que ya no son los favoritos de la fortuna y elige a alguno de nosotros como tu
dueño. Deja que tu marido Yudhishthira anuncie a la corte que ya no tiene derecho sobre
ti, luego tú misma puedes elegir marido.
Las palabras de Duryodhana eran como dardos afilados. Bhima no podía soportarlas
y dijo:
—Os hubiera matado hace mucho tiempo, si no fuera porque respeto a mi hermano.
Cuando él anunció que éramos esclavos de este hombre, aceptamos sus palabras. Para
nosotros Yudhishthira es más que un dios, le pertenecemos en alma y corazón y acep-
tamos su palabra como la palabra de Dios. Si no hubiera sido por Yudhishthira nunca
hubiéramos permitido que ocurriera esta injuria. Cuando nuestro hermano se apostó
a sí mismo y consideró que tú le habías ganado, nosotros pensamos que también nos
habías ganado en el juego. Si no hubiera sido por esto, ¿crees que este pecador, este
Dussasana, habría vivido después de haber tenido la osadía de tocar el pelo de nuestra
reina y arrastrarla hasta tu corte? ¿Crees que habría vivido después de eso? ¡Mira mis
brazos!, ¡mira su fuerza y su tamaño! Nadie, ni siquiera Indra, puede soportar un apretón
de estos brazos. Mis manos han permanecido inmóviles, atadas por los grilletes del
Dharma; por respeto a mi hermano y por la advertencia que me ha hecho Arjuna. Si no
hubiera sido por Yudhishthira ya hubiera arrancado la vida de vuestros cuerpos.
El pobre Bhima respiraba entrecortadamente por el esfuerzo que hacía para contro-
larse a sí mismo. Su pecho estaba hinchado y le corría el sudor por la cara en pequeños