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Indrakila, que le había revelado a Sankara; subió al carro que su padre había enviado
para él y, junto con Matali, emprendieron el viaje.
Cuando llegaron a Amaravati, la ciudad de Indra, Arjuna contempló todos los árboles
celestiales de los que ya había oído hablar y pasando por caminos anchos y hermosos,
llegó al hogar de su padre. Arjuna descendió del carro ayudado por Matali, quien le
condujo a la corte de Indra. Indra descendió de su trono y cogiendo a Arjuna de la mano
le acompañó, haciéndole sentarse junto a él. Parecía que había dos Indras en lugar de
uno. Indra tocaba muy a menudo a Arjuna con sus manos y acariciaba amorosamente su
cabeza, sonriéndole una y otra vez. Los dos juntos sentados en el trono parecían el Sol y
la Luna. Ambos se sentían felices de estar juntos, como padre e hijo.
Había música y baile. Arjuna podía ver a todas las apsaras de la corte de su padre:
Menaka, Rambha, Urvasi y Tilottama. Las observaba fijamente mientras las veía bailar y
las oía cantar. Arjuna se sentía muy feliz de ver que se encontraba en la corte de Indra.
Mientras Arjuna observaba sus bailes y oía sus canciones, Urvasi, la apsara favorita de
Indra, se enamoró locamente del hermoso Arjuna. Aquel joven de piel morena, aquel hijo
de Indra parecía otro Manmatha. Urvasi perdió su corazón por él y no pudo descansar
durante la noche pensando continuamente en Arjuna. Pensaba en él como en un amante,
imaginándolo a su lado, sonriéndole con sus ojos llenos de amor. Arjuna le llegó a causar
insomnio, por lo que decidió que tenía que conseguirle.
La Luna brillaba tan intensamente que parecía de día. Su amor era insoportable,
así pues, de repente, se levantó de su cama y se dirigió hacia las mansiones de Arjuna.
Llevaba el pelo suelto danzando alrededor de sus hombros, como nubes juguetonas
flirteando con la Luna. Llevaba flores sobre sus brazos y en el cuello. Su cuerpo era
perfecto. Urvasi estaba hecha para el amor. Su hermosa piel, reluciente como oro
fundido, brillaba humedecida por el sudor, sus pechos estaban formados perfectamente.
Caminaba hacia la mansión de Arjuna, balanceando graciosamente sus caderas amplias
y hermosas. Llevaba una túnica muy fina del color de las nubes, tentando incluso a
los rishis con la belleza de su forma. Urvasi llegó a su destino. Se dirigió al portal del
palacio y entró, anunciándose a sí misma ante Arjuna, el cual estaba en su cama. Arjuna
se levantó medio aturdido y la recibió con respeto. Ella se quedó de pie, mirándole con
sus ojos llenos de deseo. Arjuna estaba en un apuro, inclinó su mirada hacia el suelo,
porque no podía resistir la pasión de sus ojos. Cayó a sus pies y le dijo:
—Eres bienvenida, no sé qué puedo hacer para complacerte, pues pareces tener
mucha prisa. ¿Puedes decirme el motivo de tu visita? Urvasi le sonrió y le dijo:
—Hoy en la corte de Indra vi que me mirabas, y jamás he visto a nadie como tú. Te
quiero, y no puedo dormir pensando en ti. Debes tomarme y acabar con mis sufrimientos.
El fuego del amor que siento por ti abrasa mis entrañas.