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y luego le contó a la reina todo lo que había ocurrido. Le dijo—: No me preocupa, ahora
mis maridos lo saben todo y muy pronto matarán a tu hermano.
Sudeshna la dejó y se fue con su corazón lleno de temor por la vida de su hermano.
Draupadi se sentó allí sola sin saber por cuánto tiempo. Sólo sentía una cosa: odio.
Odiaba a Kichaka y decidió que tenía que morir. Que se hubiera atrevido a mirarla era ya
suficiente insulto: tenía que morir. Draupadi se convirtió en una llama que consumiría a
Kichaka. No comía ni dormía y se pasó las horas pensando en ello, hasta que por fin,
decidió lo que debía hacer.
Esa noche, cuando todos se habían ido a dormir, Draupadi se levantó de su cama y
caminó con pasos firmes hacia el lugar donde dormía Bhima, entrando en su dormitorio.
Bhima estaba dormido y Draupadi se dirigió hacia él y se sentó a su lado contemplándole
durante mucho tiempo. Por fin, despertó a Bhima de sus sueños y él se incorporó, Drau-
padi le habló con una voz tan dulce como las notas de la vina, y mirándole amorosamente
le dijo:
—Bhima, mi querido Bhima, ¿cómo puedes dormir mientras yo paso los días y las
noches sufriendo? ¿Tienes tú también un corazón tan duro como el de tu hermano?
¿Cómo puedes dormir mientras Kichaka está vivo? ¿Cómo puedes dejarme sufrir y
dormir como si no hubiera pasado nada? Tú eres la única persona a la que puedo apelar;
Bhima, por favor, hazme feliz.
Bhima le dijo:
—Es una imprudencia que vengas aquí, si alguien te viera sentada en mi cama, sería
la ruina de tu reputación y la mía. No deberías haber venido aquí. Dime rápido para qué
has venido y márchate antes de que nadie descubra nuestras relaciones.
Draupadi permaneció en silencio durante un rato y luego de repente comenzó a
hablar, diciéndole a Bhima cómo la había estado acosando Kichaka. Le contó todo.
Él escuchó toda la historia, mientras ella continuaba diciendo:
—Tú estabas allí, en la corte, y oíste cómo habló Yudhisthira, ¿cómo puedo ir a pedirle
ayuda a él? No le tengo respeto porque él no se respeta a sí mismo, ni tiene sentimientos.
Sólo sabe jugar a los dados, no sabe hacer nada más. Tú siempre has hecho todo lo que
he querido que hicieras porque me amas; sólo puedo apelar a ti, no puedo dirigirme a
nadie más. No podré comer ni dormir hasta que Kichaka muera, no puedo pedírselo a
Yudhisthira, ni tampoco a nuestro Arjuna. Y Nakula y Shadeva obedecen ciegamente a su
hermano. Nunca harán nada que contraríe a Yudhisthira. Sólo tú te atreves a desafiarle
para complacerme. Me he dirigido a ti para pedirte ayuda; he sufrido mucho durante los
últimos meses, nunca hasta ahora le he hecho servicios domésticos a nadie, pero ahora
tengo que hacer pasta de perfumes para el rey y la reina. Mira mis manos, acuérdate