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A la mañana siguiente Kichaka se acercó a Draupadi y le dijo:
—¿Viste lo que ocurrió ayer en la corte? El rey me tiene miedo y no puede controlarme,
no hay nadie aquí que escuche tu apelación. Debes decidirte pronto a ser mi mujer.
Draupadi le sonrió dulcemente; Kichaka no podía creer lo que veían sus ojos. Ella le
dijo:
—Te he rechazado todo este tiempo porque tengo miedo de mis maridos, tenía miedo
de que nos mataran a los dos si se llegasen a enterar de esto, pero creo que ya he vencido
ese recelo. Ahora me siento segura de irme contigo, he encontrado la solución. Si
prometes no decírselo a nadie te sugeriré un lugar de reunión que nadie conoce. Tú
conoces la nueva sala de bailes que ha construido el rey, las chicas están allí durante el
día y por la noche se van a casa y se queda vacía. Sé que allí hay una cama, si esta noche
vienes allí solo, te estaré esperando. Pero recuerda, nadie debe saber nada sobre nuestra
cita. Allí, en la sala, esta noche, te daré lo que mereces.
Kichaka estaba loco de amor por ella, se sentía tan feliz pensando poseer a esta mujer
que accedió a todo lo que ella le pedía. Le dijo:
—Seguro, iré solo. Ningún amante le confiará a nadie la cita con su amada. Te estoy
agradecido por ser tan amable conmigo. Estaré en la sala de baile a la hora que me
sugieres.
Kichaka se marchó y Draupadi se las compuso para encontrarse con Bhima y decirle
que esa noche iba a ser « la noche ». Luego se sentó y esperó impacientemente a que
llegara el momento. Tres pares de ojos esperaban que acabara el día. Cada momento
parecía como un año para cada uno de ellos.
Capítulo XI
BHIMA MATA A KICHAKA
RA cerca de medianoche. Bhima, cubriéndose con un retal de seda fina, como una
E mujer, salió a hurtadillas de la cocina. Draupadi le estaba esperando y se fueron
sigilosamente a la sala de bailes, encontrando a tientas el camino hacia el lecho, en medio
de la oscuridad.
Bhima se echó y Draupadi se escondió detrás de una columna permaneciendo ambos
a la espera. Kichaka también había estado esperando impacientemente que llegara la
noche. Durante todo el día había estado embelleciéndose. El día le pareció muy largo a
esta víctima del destino. Kichaka era hermoso, pero ese día aparentaba ser más hermoso
que nunca, su belleza era como la gloria final de una llama a punto de extinguirse.
Kichaka entró en el salón y caminó hacia el lecho en la oscuridad que sólo desvelaba la
luz de las estrellas que se filtraba a través de las inmensas ventanas. Vio sobre el lecho
una forma que aquí yacía y se apresuró a su encuentro. Se acercó y dijo: