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Aahh... Entonces me podés prestar diez pesos.
Ahí el padre se puso furioso.
Todo esto era para pedirme la plata. ¿Tu mamá, acaso, no te da lo que necesitás para vos?
Y volvió la discusión... Que si... Que no... Que no... Que si... Otra vez el padre se va enojado,
otra vez el chico se va llorando.
Dos días después, el padre, sintiéndose culpable de todo esto, piensa que quizás se había
equivocado. Llega tarde esa noche cuando el chico ya está en la cama, se acerca al niño, se coloca
al costado de la cama y le dice:
Hijo perdóname, si me enojé, es que tengo muchos problemas... Así que... Bueno te puedo
prestar los diez pesos
¿Me podés prestar los diez pesos?... Uyyy que suerte
Entonces el niño va hasta su ropero el en cuarto y trae una latita. La vacía sobre el escritorio de
su habitación. Caen allí unas monedas, algunos billetes que la abuela le fue dando y un billete de
un dólar que alguien le había regalado.
Los junta y le dice:
Mirá papá. Aquí hay trecientos pesos y según lo que yo calculé y la maestra me ayudó, esto me
alcanza para comprar lo que necesito...
¿Me vendés una hora de tu tiempo? .
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