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INFELICIDAD


                             Según le había dicho su padre, el granjero, había empezado a clavar clavos en la puerta de su habita-
                         ción. Uno por cada vez que hería a alguien, pero se sentía muy cargado. Cuando un día se dio cuenta que
                         la puerta estaba llena de clavos, pensó:
                             ¿Y ahora qué hago?

                             Entonces fue y le dijo a su padre:
                             No quiero vivir con la puerta llena de clavos porque un día la puerta no se va a abrir más, un día la
                         puerta se va a terminar por romper.
                             Entonces el padre le dijo:

                             Algunas veces se puede reparar, algunas veces las heridas se pueden cerrar, así que hijo te sugiero
                         que cada vez que hieras a alguien, clavés un clavo, pero cada vez que intentas reparar el daño, cada vez
                         que pidas perdón, cada vez que hagas algo en compensación, cada vez que compenses ese error, cada vez
                         que te des cuenta que reparaste ese error andá y sacá el clavo.

                             Herida que ocacionás clavo que pones, reparación que haces clavo que sacas.
                             Entonces al chico le encantó esa idea de poder reparar, le encantó la idea de poder deshacer los cla-
                         vos de la puerta que estaban más en su corazón que en la puerta, así que cada vez que el chico hería a
                         alguien lo primero que hacía era ir a la puerta y clavar un clavo y cada vez que enmendaba el error que era
                         perdonado, cuando intentaba corregir el error tomaba una tenaza y quitaba un clavo.

                             Y calló en la cuenta que poco a poco empezó a pedirle perdón a todos, poco a poco empezaba a re-
                         parar y en cada reparación sacaba un clavo hasta que en un momento determinado quedó solamente un
                         clavo, solamente uno, aquel que de alguna manera había sido el clavo más profundo, el más grueso de
                         todos, el que más le molestaba, el más doloroso, el que más había herido y sacarlo le costó mucho trabajo
                         pero al final haciendo mucha fuerza, en realidad dejando muchas cosas propias tomó coraje para reparar
                         y lo sacó.
                             Fue al padre y le dijo:
                             Papá estoy muy contento, vení a ver mi puerta, no tiene más clavos ¿Ves? Mirá, pude sacarlos todos,
                         pude reparar todo.

                             Así es, le dijo el padre, claro que si, por suerte ya no hay ningún clavo y eso es muy bueno.
                             Sin embargo, vení, dijo, acercáte un poquito y mirá la puerta, es cierto, los clavos no están más sin
                         embargo los agujeros que los clavos dejaron siguen estando en la puerta.
                             Quiero que sepas hijo mío que cuando dañás a alguien, aunque saqués el clavo, aunque repares la
                         herida, aunque enmiendes el error, aunque todo de lejos parezca “como si nada”, hay algo que quedó.

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