Page 18 - Desde los ojos de un fantasma
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Enrique Alves era pequeño y regordete. Con la camisa siempre muy bien metida
en el pantalón. No le importaba que la presión de su panza estuviera a punto de
catapultar al infinito los botones de su camisa.
Su cintura no era una cintura. Al señor Alves lo rodeaba en realidad un ecuador
en miniatura.
Presumía una cabellera abundante y una eterna barbita de tres días que a Miguel
Bosé lo haría verse guapo pero que en Enrique no producía ningún efecto.
En resumen: digamos que al imaginar un redondo pastelillo de vainilla
humanizado, estás imaginando al mismísimo Enrique Alves.