Page 70 - ¿Quién fue mi abuela Emilia?
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razones de salud.


               Emilia siguió trabajando en Pensiones por muchos años, haciendo labor de
               oficina, pero también involucrada en cuestiones de trabajo social (trabajó como
               voluntaria en planificación familiar). En 1962, junto con su hija Beatriz y un

               grupo de mujeres, viajaría a Sudamérica para asistir a una convención de trabajo
               social en la Universidad de Buenos Aires. En una época en que el turismo
               todavía no se masificaba, aprovecharía para visitar no solo Buenos Aires, sino
               también Bariloche y las cataratas del Iguazú; en Brasil iría a São Paulo, a Río de
               Janeiro y a Brasilia (que recién en 1960 se había convertido oficialmente en la
               capital del país). También visitó Chile, Perú y Panamá.


               Mi abuela vivió pensionada los últimos años de su vida, después de cumplir
               sesenta y haber trabajado por veinticinco en la oficina de Pensiones. Ya jubilada,
               aprovecharía para seguir viajando. Así, fue a Suiza para asistir al campamento de
               verano de Krishnamurti. En 1970 hizo un viaje de tres meses por Europa: fue a
               Roma, Venecia, París, Londres y muchas otras ciudades más. En alguna
               mudanza de mi familia se perdió el estuche para lápices de Topo Gigio que me
               había traído de Roma, pero todavía conservo el muñeco de la guardia real
               inglesa —con todo y su sombrero de peluche— que me trajo de Londres. Con mi
               padre, que en ese entonces viajaba mucho, aprovechó también para pasear por
               México. Viajamos juntos por Veracruz, Oaxaca, Zacatecas, Guadalajara y, sobre
               todo, por los alrededores de la ciudad de México: íbamos a recorrer pueblos los
               fines de semana.


               Además de sus hijos, tuvo ocho nietos, de los cuales yo soy el más joven. En los
               últimos años de su vida también tuvo oportunidad de ver a varios de sus
               bisnietos.


               Finalmente, mi abuela murió el 26 de julio de 1986. Murió de un paro cardiaco
               —igual que tantos otros miembros de su familia—, sin haber sufrido ninguna
               enfermedad y perfectamente lúcida a los ochenta y tres años de edad, tras una
               vida llena de experiencias. Creo que si le hubiera preguntado a mi abuela si

               había tenido una vida completa me habría dicho que sí, aunque todas las vidas
               tienen altibajos y problemas. En muchas cosas fue ejemplar, y sin embargo, en
               otras debe de haberse sentido en la antípoda del ejemplo. Por alguna razón, la
               familia que formó estuvo lejos de ser perfecta: con el tiempo sus hijas se
               separaron y no volvieron a verse, lo cual le ha de haber dolido mucho.
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