Page 51 - El secreto de la nana Jacinta
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A pesar de su mala salud, don Miguel nunca dejó de comer bien. A mi amo le

               gustaban las buenas viandas y no escatimaba en gastos a la hora de ir al mercado
               a escoger, cuidadosamente, las legumbres, los trozos de carne, las semillas y
               hierbas con las que yo preparaba sus alimentos. Al principio pensó comprarme
               precisamente para que le sirviera como cocinera.


               Los platillos que aprendí a cocinar con mi nuevo amo eran completamente
               diferentes de los que preparaba en La Jaiba Andaluza. En Sombrerete se comía
               mucho cabrito y conejo; además, se tomaban sopas y potajes de garbanzo y
               alubias. También preparé conservas de fruta y salé carne para los tiempos de frío.
               Pero Aroche no sólo me pedía que le cocinara todos los días: en mi nueva vida
               yo tenía que cumplir con otras obligaciones.


               A diario debía llevar agua del río a la casa; después tenía que ordeñar la vaca y
               prender la hoguera hacia media tarde, antes de que el amo arribara a merendar.
               Pero el trabajo que sin duda me llevaba más tiempo era el de la costura. Afuera
               de la casa del minero había un letrero que anunciaba mi servicio: se cose ajeno.
               Constantemente llegaban a la casa distintos personajes que llevaban sus prendas
               a remendar. No había muchas ganancias, y aunque casi todas iban a dar a las
               arcas de mi amo, este siempre permitió que yo me quedara con un tercio de lo
               que cobraba.
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