Page 56 - El secreto de la nana Jacinta
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vacías. Ante tal situación, don Miguel mandó llamar a todos sus peones y

               esclavos, y los reunió en el patio de la hacienda para que alguno de ellos le diera
               una explicación. A decir verdad, el problema era bastante evidente: alguien
               estaba robando el azogue. Una vez que todos estuvimos allí reunidos, mi amo
               nos habló así:


               —Alguno de ustedes ha traicionado mi confianza. ¡Por vida de Cristo, más vale
               que el ladrón confiese su crimen ahora mismo, si no quieren conocer al otro
               Miguel de Aroche y Peña, que también existe!


               La respuesta fue un largo silencio que parecía denotar la vergüenza de algunos y
               el miedo y desconcierto de otros. Nadie dijo nada y mi amo, furioso, exclamó
               amenazante:


               —¡Mal haya la fortuna que me llevó a contratarlos algún día! Escúchenme bien:
               si mañana mismo esas tinajas no vuelven a estar llenas de azogue como lo
               estaban hace unos días, por la Madre de Dios les juro que yo sabré hacer justicia.


               Aquella noche nadie durmió tranquilo: algunos porque no podían dejar de pensar
               en sus sospechas, otros por propio remordimiento. El caso es que a la mañana
               siguiente todos nos reunimos nuevamente en el patio de las tinajas. Ahí, con
               gran asombro de la multitud, descubrimos que en lugar del mercurio robado
               alguien había puesto un líquido traslúcido, amarillento y viscoso que pronto
               identificamos como miel; espesa y dulce miel de abeja. Aroche tomó la situación
               como una afrenta personal y en medio de una multitud confundida y, dicho sea
               de paso, divertida también, juró que tomaría venganza contra los culpables. Acto
               seguido se dio a la tarea de encontrarlos.
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