Page 59 - El secreto de la nana Jacinta
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Lo primero que hizo mi amo fue cerrar la mina y dejar a los peones sin trabajo y
               salario. Después despidió a los jornaleros de la hacienda, que de todas formas no
               podían realizar su trabajo por la falta de azogue. Una vez parada la producción,

               don Miguel pasó varios días fuera de la villa. A su regreso, mi amo llegó de un
               humor de los mil diablos. Su viaje no había tenido resultado alguno: nadie sabía
               lo que había ocurrido con el mercurio ni adónde había ido a parar.


               Los días pasaban y la situación no se aclaraba, hasta que una mañana Antonia de
               Santa Clara me llevó a remendar las camisas de su patrón, don Juan Morales.
               Mientras esperaba a que diera las últimas puntadas, la criada mestiza veía por la
               ventana. De pronto comenzó a hablar:


               —Y quién lo iba a decir, ¿verdad, Jacinta? Si don Juan parecía ser un hombre tan
               cuerdo y decente. Pero ya ves, desde que se le metió en la cabeza esa idea del
               estanque de agua de estrella no hay quien lo haga entrar en razón…


               —Pero ¡qué dices, mujer! ¿De qué estás hablando, Antonia? —le pregunté yo
               anonadada.


               —De nada, Jacintilla, de ese disparate que trae vuelto loco a mi patrón y, de
               paso, a todos los que le servimos. Figúrate, negrita, que hace unos quince días
               don Juan nos anunció que muy pronto construiría un estanque plateado capaz de
               absorber la luz de las estrellas. A decir del buen hombre, el agua de dicho pozo
               curaría cualquier enfermedad y borraría todo sufrimiento nada más beberla.
               Desde entonces, ahí tienes al pobre de Isidro, llenando con un líquido plateado el
               estanque milagroso prometido por mi patrón —explicó la mestiza.
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