Page 61 - El secreto de la nana Jacinta
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—¡Válgame el Señor! Así que Isidro, el indio del rancho La Asunción, ha sido el
culpable de todo… A ver, Antonia, escucha bien lo que te voy a preguntar:
¿dónde está Isidro en este momento? —interrogué a la muchacha.
—No lo sé, Jacinta. Hace un par de días que el estanque quedó lleno, y desde
entonces nadie ha vuelto a verlo —contestó Antonia.
—Pues necesito que me ayudes a encontrarlo ahora mismo. Todo lo que me
cuentas es muy grave y más vale parar todo este lío antes de que llegue a más.
Anda, muchacha, vamos a buscarlo —apresuré a Antonia.
Rápidamente salimos de la casa. Durante horas estuvimos caminando entre los
pedregales y los peñascos. Pronto comenzó a oscurecer; las dos estábamos a
punto de darnos por vencidas cuando afuera de una cueva vimos a dos liebres
que se asomaban con curiosidad al interior de la caverna. Efectivamente, ahí
estaba. El viejo Isidro se encontraba en la boca de la cueva, sentado en cuclillas
tiritando de frío.
—¡Ey! ¿Quién viene ahí? —gritó asustado.
—Calma, Isidro. Somos nosotras, Jacinta la negra y Antonia de Santa Clara. Sal
de ahí, viejo ladino, que ya bastantes calamidades has causado —le contesté.
—No me puedo mover. Me duelen los huesos y tengo tieso todo el cuerpo —
susurró el indio.
—¡Santo Dios! Lo que me temía… Antonia, ven aquí. Necesitamos sacar a
Isidro cuanto antes de la cueva. Ayúdame a cargarlo y ya te diré lo que haremos
después —le ordené a la mestiza.