Page 66 - El secreto de la nana Jacinta
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Al principio, mi amo maldijo a don Juan, insultó a Isidro y pronunció alguna que
               otra blasfemia. Juró por la Virgen que mataría al indio y a su patrón. La idea del
               estanque plateado le parecía un absoluto disparate, una sandez propia de una

               mente desequilibrada. Sin embargo, en medio de su furibunda reacción, cuando
               comencé a explicarle el misterio de la miel, Aroche se quedó atónito y después
               empezó a reír a carcajadas sin poder parar.


               —Así que esa bestia de indio intentó expiar sus culpas con un poco de miel de
               abeja… Pues mira, Jacinta, que al desdichado no le faltó ingenio. Vaya, pues, lo
               perdono; los perdono a los dos, a él y a su amo, pero eso sí, que antes me
               devuelvan todo el mercurio que me pertenece —afirmó don Miguel.


               Durante toda la semana, varios peones de La Estrella asistieron a La Asunción
               para regresar el mercurio a la mina. Don Juan reconoció lo pecaminoso de su
               conducta y aceptó regresar el líquido de su estanque. Por su parte, Isidro ayudó
               en las labores de transportar el azogue al lugar del que nunca debió haber salido.


               Poco a poco, la vida volvió a la normalidad. La Estrella abrió nuevamente y
               todos los peones, esclavos y jornaleros recuperaron sus salarios y empleos.
               Mientras las cosas retomaban su cauce, mi amo don Miguel y yo nos dedicamos
               a comer y comer la mejor miel de abeja que jamás hubiésemos probado en
               nuestras vidas.
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