Page 69 - El secreto de la nana Jacinta
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veces por semana. Los lunes salían a mediodía y regresaban a la villa al

               anochecer, pero los sábados abandonaban el poblado por la noche y no
               regresaban sino al día siguiente. Nadie sabía, a decir verdad, el motivo de
               aquellos misteriosos paseos, pero la gente del pueblo inventó toda clase de
               historias y suposiciones.


               Yo no tenía amistad con las muchachas, pero cuando llegaba a encontrarlas por
               ahí nos saludábamos amablemente. A mí siempre me simpatizaron; en realidad
               no me gustaban las calumnias y difamaciones que se decían en su contra. Una
               mañana de sol, cuando compraba algunos chiles en el mercado, las vi
               aproximarse hacia mí.


               —Buenas, Jacinta, ¿cómo le va? —me preguntó una de ellas.


               —Muy bien, muchachas, ¿ustedes qué tal? —respondí.

               —Jacinta, desde hace mucho queremos hacerle una invitación —exclamó Felipa,

               riendo como siempre, buscando la mirada de sus compañeras.

               —Así es, señora, queremos invitarla a que venga con nosotras a nuestro paseo de
               campo de los sábados —insistió Manuela, sonriendo también.


               —Y ¿adónde se supone que vamos a ir, si se puede saber, jovencitas? El campo
               es muy grande y a mí me gustaría que me dijeran adónde quieren llevarme —les
               dije divertida.


               —Ah, pues eso no se lo podemos decir nosotras y mucho menos aquí. Pero
               mañana mismo vaya a casa de doña Juana, la india yerbera. Ella le dirá en dónde

               nos encontraremos con usted y qué es lo que debe llevar a la reunión —me
               contestó María.

               Yo no tenía idea de lo que iba a suceder, pero confieso que tanto misterio me

               llenaba de curiosidad. Al día siguiente seguí las instrucciones de las muchachas
               y me dirigí a casa de doña Juana, la india yerbera. Toqué el zaguán, que estaba
               entreabierto, y pasé. Ahí estaba la anciana, sentada enmedio del patio, rodeada
               de sus anafres como siempre. Doña Juana era la yerbera de la villa; se decía que
               mucho antes de que la iglesia de San Ignacio fuera construida, doña Juana ya
               vivía en Sombrerete, recolectando hongos, hierbas y flores, aprendiendo sus
               propiedades mágicas y curativas.
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