Page 68 - El secreto de la nana Jacinta
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En Sombrerete siempre ocurrían historias extrañas. De hecho, una de ellas me
obligó a dejar ese lugar y huir hacia una vida distinta. Meses después del
incidente del azogue llegaron a la villa cuatro mujeres muy peculiares: las
mestizas Felipa Conchola y Manuela de la Vega, la mulata María de la Soledad y
la española Gregoria de Úbeda.
Desde que arribaron a la villa, aquellas muchachas comenzaron a levantar
rumores y habladurías. Con excepción de Gregoria, que no era especialmente
graciosa, las otras tres eran lozanas y hermosas. Las cuatro decían provenir de la
costa y contaban que habían peregrinado largo tiempo antes de llegar a
Sombrerete. También se presentaron como huérfanas y pronto llamó la atención
que nunca se separaran para asistir a cualquier sitio: si iban al mercado, allí
aparecían las cuatro; si visitaban la iglesia, también; si recorrían las calles, sus
cuatro siluetas dibujaban el paisaje.
En un principio, con excepción de aquella particularidad, su comportamiento
había parecido muy normal, pero después de poco tiempo, la gente observó otras
costumbres y gestos que levantaron diversas sospechas. Felipa, Manuela,
Gregoria y María preferían no cruzar palabra con la gente de la villa. Cuando se
las invitó a los convites de don Miguel, las cuatro agradecieron mucho la
atención pero se excusaron diciendo que estaban enfermas.
A pesar de su silencio, había en ellas cierta coquetería que se traducía en una
perenne y extraña sonrisa en sus rostros. Cuando uno las encontraba era difícil
saber si se estaban riendo entre ellas, si se estaban burlando de los demás o si
simplemente estaban contentas. El caso es que aquel gesto de ligereza y risa
incomprensible empezó a molestar a gran parte de la población de la villa.
Pronto algunos empezaron a decir que en realidad las tres gracias y media, que
así se las conocía, estaban hechizadas.
La gente empezó a notar que las forasteras compraban grandes cantidades de
veladoras, hecho que hubiera sido absolutamente normal de no ser porque
ninguna de ellas visitaba con frecuencia la iglesia, y en caso de hacerlo nunca
prendían candela alguna frente a ningún altar.
Sin duda, lo que generó mayor curiosidad entre los habitantes de Sombrerete
fueron las constantes salidas que aquellas muchachas realizaban al campo dos