Page 77 - En estado de GOL
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—PAULINA, se llama Paulina —le comenté a mi mamá—. Hoy nos saludamos.
               Vive en la colonia.


               —¿En qué calle?


               Entonces me enojé conmigo mismo por no habértelo preguntado.


               —Pero Ziné, cómo voy a creer… Andas lento, hijo —me regañó.


               Es que me aturdí. Pues sí, me vi lento y muy tonto. Pero no soy el único que
               tarda en conseguir lo que desea. No es disculpa, pero creo que a todo el mundo
               le pasa. ¿No te pasa a ti lo mismo?


               Mi mamá, por ejemplo, también va como tortuga. Todavía no encuentra trabajo
               aunque le urge. Tuvo que dejar el suyo para venir con mi papá. Discutieron
               mucho si se quedaba en Morelia con nosotros, pero terminó el problema cuando
               ella argumentó que ni loca separaría a la familia. Yo, no es por nada, hubiera
               preferido quedarme con ella allá.


               Como sabes, el de la chamba aquí es mi papá. Por mi papá estamos todos aquí. Y
               trabaja mucho más que en Morelia. Se va temprano y llega a cenar, o está de
               viaje. ¡Qué mal! ¿No es cierto? Nos trajo aquí y ni siquiera está con nosotros.


               Estar sin trabajo debe de ser frustrante para mi mamá porque mi hermana y yo
               nos vamos a la escuela y se queda sola como la Mora, la perrita que tiene mi
               abuela, que se pone triste y ladra cuando no hay nadie. Sin embargo, mi mamá
               no se queja como mi hermana ni como yo.


               Mi mamá ha de sentirse mal, porque su sueldo era un ingreso importante para la
               casa. Cuando habla con alguna amiga de Morelia sobre el tema, le contesta: “Es
               mejor tomar las cosas con filosofía”.


               Cuando yo era niño pensaba que filosofía era un condimento como la sal o la
               pimienta, y no entendía de qué hablaba mi mamá, que usa esa expresión para
               todo. Hasta que un día le pregunté:


               —¿Cómo se toma la filosofía? ¿A qué sabe?, ¿salada?


               —A cosquillas como éstas —contestó haciéndome reír, y luego me explicó que
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