Page 74 - Ciudad Equis 1985
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El lunes por la mañana pasaron los aviones.
Muchos aviones.
Era 16 de septiembre y los vecinos de la unidad subieron a las azoteas de los
edificios para estar más cerca de aquellas naves de combate que avanzaban en
formación.
A Fernando le parecían más bien gigantes mosquitos de metal que viajaban
buscando lagos de sangre. Había subido a la azotea no para ver los aviones sino
para recoger unos calzones que había puesto a secar en el tendedero, pero una
vez allá arriba no pudo resistirse a pasar un rato mirando hacia el cielo.
Fernando se quedó por los aviones, es cierto, pero también porque descubrió que
la señora Jiménez era una de las espectadoras del desfile aéreo. Poco a poco, con
mucho disimulo, se fue acercando hasta donde ella estaba.
Un nuevo enjambre de moscos gigantes surcó el firmamento de Ciudad Equis.
—Pueden volar a más de mil kilómetros por hora —dijo Fernando mientras
señalaba hacia el cielo, queriendo iniciar una conversación.
—¿Y a dónde voy a querer llegar tan rápido? Los lugares no se van a ir —
respondió la señora Jiménez con una muy sensata explicación—. Siempre he
querido conocer la Muralla China.
Lleva más de dos mil años plantada en el mismo sitio. Ya me ha esperado tanto
tiempo que unas horas menos, unos días más, no creo que importen mucho.
Además, yo creo que los aviones no saben volar… En realidad, si lo piensas
bien, no saben hacer nada… son máquinas.
Además de bella, la señora Jiménez era muy inteligente.
y sin aviones
y cielo azul azul