Page 5 - La otra cara del sol
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EL SOL SE ocultaba tras un cielo herido: rojo, amarillo, naranja, furioso,
incandescente como lava de volcán y, sin embargo, yo sentía que algo apacible
había en ese entrecruce de fuego. Me di cuenta de que también había algo
apacible dentro de mí. Tres años atrás me había dicho: “Que pase rápido el
tiempo para no sentir esta pena tan terrible”. Y los años habían terminado por
pasar, la pena un poco con ellos, pero no del todo porque la ausencia era para
siempre.
“Uno no puede vivir eternamente sufriendo”, había dicho papá un día. Sé que lo
dijo con rabia porque quería dejar de sentir tanto dolor y no podía.
Cuántas veces lo oímos sollozar en la noche y cuántas corrimos a consolarlo,
nosotros tan pequeños y tan desesperados. Preguntándonos por qué mamá se
había ido dejándonos solos, quitándonos nuestra infancia, porque cuando papá
lloraba lo tomábamos en nuestros brazos, como mamá lo había hecho con
nosotros cuando teníamos una pena. Creo que en esos momentos todos nos
sentíamos los papás y las mamás de papá. Y tanto que él había martillado en los
oídos de Coqui y el Negro que los hombres no lloraban. Pobre papá, cuánta
razón tenía al llorar; qué solo debía sentirse, qué desamparado sin la dulzura de
mamá, sin su fuerza para manejar su batallón de siete muchachitos. Y, sin
embargo, a pesar de tanta pena crecimos en estatura y crecimos también en la
cabeza.
Tatá y yo nos convertimos en dos pequeñas mamás, nada que ver con las de los
juegos de cuando éramos unas criaturas. No se trataba de darles biberón a las
muñecas o de cambiar pañales de mentiras o de cocinar en cacerolas minúsculas
comidas imaginarias. Nos tocó de verdad correr con los biberones de Nena, José
y Monona; cocinar para nuestro ejército cuando ya la abuela se había ido y la
pobre Fanny no se daba abasto con tanta tarea. Nuestra abuela querida que había
tenido que irse porque ella y papá no se podían ver ni en pintura.
Nos tocó, sobre todo, afrontar los silencios de papá, su desazón. Esta es una
palabra de la abuela, no porque sea una desesperada, nada de eso, sino porque
cuando nos escribe, es decir, cuando le dicta las cartas a la tía Albita, porque ella
no sabe leer ni escribir, siempre nos habla de la desazón de su alma cuando
piensa en mamá.