Page 22 - Escalera al cielo
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Sin hacerles caso a los pediatras, ni a nosotros


                                     ni a las leyes de la más elemental anatomía.






                               Tu bocanariz crecía afanosamente, como una gran uña


                                   en tu cara. Había que limarla de vez en cuando


                                        para impedir que sobresaliera. A tu piel


                                       le brotaban pequeñas espinas. A tu piel,

                                 que nunca fue tersa. Y las espinas se multiplicaron,


                                       ya aparecía una y otra. Y de tus espinitas


                                  brotaba una pelusa, blanca, blanquísima y suave,


                                   de pies a cabeza. En la clínica de especialidades


                                  te colmaron de emplastos y menjurjes apestosos,


                                 baños de agua fría, sobadas de ruda y otras yerbas.






                                      Pero nada fue eficaz. Habrá que someterla

                                       a un tratamiento especial de depilación;


                                 habrá que arrancar esas tercas espinitas de su piel,


                                 una a una, dijo la mujer de bata blanca empuñando


                                            unas horribles pinzas de metal;


                                        unas pinzas frías de quirúrgico oficio.
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