Page 269 - Dune
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—¿Madre?
Dejó la mochila y trepó por la pendiente, arañando, escarbando, apartando la
arena con sus manos como un animal enloquecido.
—¡Madre! —gritó—. Madre, ¿dónde estás?
Otra cascada de arena le embistió, cubriéndole hasta la cintura. Se extrajo
violentamente.
Ha quedado atrapada por la avalancha, pensó. Sepultada por ella. Debo
calmarme y proceder con precaución. No se asfixiará inmediatamente. Entrará en
suspensión bindu para reducir el consumo de oxígeno. Sabe que estoy excavando en
su busca.
A la Manera Bene Gesserit que ella le había enseñado, Paul aplacó el furioso latir
de su corazón y redujo su mente a un espacio vacío donde podían aparecer de nuevo
los últimos momentos del pasado reciente. Cada movimiento parcial, cada contorsión
de la avalancha, surgieron de nuevo en su memoria, moviéndose con enorme lentitud,
aunque el tiempo real de la evocación fue apenas de una décima de segundo.
Entonces, Paul se movió en diagonal a lo largo de la pendiente, sondeando
cautelosamente hasta encontrar una de las paredes de la fisura y una saliente de ésta.
Entonces empezó a excavar, moviendo lentamente la arena a fin de no provocar una
nueva avalancha. Sus dedos tropezaron con un trozo de tela. Lo siguió, encontró un
brazo. Suavemente, tiró de él, descubrió el rostro.
—¿Puedes oírme? —susurró.
Ninguna respuesta.
Excavó más aprisa, liberando los hombros. El cuerpo estaba fláccido bajo sus
manos, pero detectó el débil latir del corazón.
Suspensión bindu, se dijo.
La liberó de arena hasta el talle, pasó los brazos bajo sus hombros y tiró de ella
hacia la parte baja de la pendiente, lentamente al principio, luego más rápido,
sintiendo que la arena se abría y soltaba su presa. Tiró más y más aprisa, jadeando por
el esfuerzo, luchando por mantener su equilibrio. Tiró hasta encontrar bajo sus pies el
suelo firme de la fisura y entonces, cargando el cuerpo sobre su hombro, echó a
correr desesperadamente al tiempo que toda la ladera arenosa se precipitaba a sus
espaldas retumbando entre las paredes rocosas.
Se detuvo al final de la fisura, mirando hacia la ininterrumpida extensión de
dunas del desierto, unos treinta metros más abajo. Depositó suavemente el cuerpo
sobre la arena, murmurando la palabra que la haría salir de la catalepsia.
Ella volvió lentamente en sí, su respiración se hizo más profunda.
—Sabía que me encontrarías —susurró. Él se volvió hacia la fisura.
—Quizá hubiera sido mejor que no te hubiera encontrado.
—¡Paul!
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