Page 76 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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tapa de la vasija oculta y,  al cabo de un instante,  todos los
           males,  todas las cosas perjudiciales, se esparcen por el uni­
           verso.  En el momento en  que Pandora vuelve a colocar la
           tapadera,  sigue  todavía  en  el  interior  EÍpís,  Esperanza,  la
           espera de lo  que va a ocurrir, que no  ha tenido tiempo  de
           salir de la vasija.
               Así  pues,  la  presencia  de  los  males  en  el  mundo  se
           debe a  Pandora.  Es justamente  su  presencia  lo  que  perso­
           nifica todos  los  males,  y  ahora  la vasija abierta ha contri­
           buido  a  multiplicarlos.  ¿Qué  males  son  esos?  Los  hay  a
           miríadas:  la  fatiga,  las  enfermedades,  la  muerte,  los  acci­
           dentes.  Las  desgracias  son  increíblemente  móviles,  se
           mueven  incesantemente,  van  de  un  lado  para otro,  jamás
           están  quietas.  No  son  visibles  y  carecen  de  forma,  son
           inaudibles,  al contrario  que  Pandora,  deliciosamente visi­
           ble y agradable de oír.  Zeus  no ha querido que esos males
           tengan una figura y una voz para que los hombres no pue­
           dan  prevenirse contra ellos ni alejarlos.  Los males que los
           hombres intentarían evitar,  porque saben que son detesta­
           bles,  siguen agazapados,  invisibles e indiscernibles.  El mal
           que se ve y se oye, la mujer, camuflada por la seducción de
           su belleza, su dulzura y su conversación, atrae y seduce en
           lugar de asustar.  Una de las características de la existencia
           humana es la disociación entre las apariencias de lo que se
           deja ver y se deja oír,  y las  realidades. Tal es  la  condición
           de los hombres que Zeus ha maquinado en respuesta a las
           astucias de Prometeo.
               Éste no sale del paso demasiado bien,  porque Zeus lo
           inmoviliza entre el  cielo y la tierra,  a media altura de una
           montaña,  de una columna,  donde lo encadena.  Prometeo,
           que  había  entregado  a  los  humanos  ese  alimento  mortal
           llamado  carne,  sirve ahora de alimento  al pájaro de Zeus,
           al águila portadora  de  su rayo,  mensajera de  su poder in­
           vencible.  Prometeo  acaba convirtiéndose en  la víctima,  el


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