Page 128 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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122 BATALLA DEL GRANICO
recha, al mando de Reomitres. Durante unos instantes, los dos ejércitos se enfren
taron silenciosos, en una espera llena de tensión: los persas preparados para
lanzarse sobre el enemigo tan pronto como, después de cruzar el río, se dispusie
ra a subir por la escarpada orilla y sin darle tiempo a ordenar sus filas; Alejandro,
por su parte, acechando con rápida mirada cómo y por dónde sería mejor atacar.
Luego, montó sobre su caballo de batalla, exhortó a las tropas a que le siguieran
y a que combatiesen como hombres y dió la orden de avanzar. Iba' delante
Amintas, el lincestio, con los sarissóforos y los peonios y una taxis (de hipaspistas)
y le seguía la ila de Apolonia, mandada por Tolomeo, hijo de Filipo, que en
aquella jornada ocupaba el primer lugar entre los escuadrones de caballería y
tenía, por tanto, el honor de encabezar el primer ataque. Tan pronto como em
pezaron a vadear el río, les siguió el rey a la cabeza de las demás ilas de los
“hetairos”, entre los toques de las trompetas y el estrépito de los cantos de
combate; su intención era, mientras Tolomeo atraía con su ataque el ala de la
extrema izquierda del enemigo, avanzando por la derecha con sus siete escuadro
nes, apoyado en Tolomeo y por la izquierda en la línea de la infantería que venía
tras él, irrumpir sobre el centro del enemigo y romper por allí sus filas. Mientras
tanto, Parmenión, con el ala izquierda, siguiendo el río en diagonal, se encar
garía de paralizar el ala derecha del enemigo.
La batalla comenzó tan pronto como Amintas y Tolomeo se acercaron a la
orilla enemiga. Los persas, conducidos en aquella parte por Memnón y sus hijos,
intentaron con todas sus fuerzas impedirles subir por la orilla, lanzándoles sus
jabalinas desde lo alto de ella y bajando directamente hasta el río para hacerlos
retroceder; los macedonios, a los que el limo resbaladizo de la orilla entorpecía
en sus movimientos, veíanse en grave aprieto y sufrían duras pérdidas, sobre
todo los de la extrema derecha, pues los de la izquierda tenían ya un punto de
apoyo. En efecto, el rey con su agema había cruzado el río y arremétía ya contra
el punto de la orilla de en frente defendido por la masa más compacta del ene
migo y por los jefes de su ejército. Inmediatamente empezó a librarse aquí, en
torno a la persona del rey, el más violento combate, al que fueron sumándose,
una tras otra, las demás ilas. una vez cruzado el río; un combate de caballería que,
por su tenacidad, su persistencia y su furia, nada tenía que envidiar a un combate
cuerpo a cuerpo de tropas de infantería; trabados caballo contra caballo y hom
bre contra hombre, los macedonios blandían sus lanzas y los persas sus jabalinas
ligeras y sus alfanjes, aquéllos empeñados en hacer retroceder a los persas de
la orilla al campo abierto, éstos en rechazar a los macedonios al otro lado del río.
En medio de aquella densa masa de hombres y caballos revueltos veíase el penacho
blanco del casco de Alejandro; en lo más álgido de la batalla se le astilló la lanza
y llamó a su caballerizo para que le diese otra; pero también a él se le había roto
la suya y seguía peleando con la contera; apenas Desmarato de Corinto había
alargado su lanza al rey, se acercó al galope un nuevo escuadrón de jinetes persas
escogidos; su jefe, Mitrídates, se abalanzó a la cabeza de ellos sobre Alejandro y
su jabalina hirió al rey en un hombro; inmediatamente, una lanzada de Alejan