Page 223 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EXPEDICION A PERSEPOLIS 217
Alejandro, acicateado por estos pensamientos, recorrió con su ejército las
llanuras de Susiana, cruzó en pocos días el Pasitigris y pisó los dominios de
los uxios de tierra llana, sometidos ya al rey persa y obedientes de buen grado a
la autoridad del sátrapa de Susa. En cambio, los uxios de las montañas le envia
ron mensajeros con la comunicación de que no le dejarían cruzar por sus domi
nios a menos que les pagase los mismos tributos que siempre les habían abonado
los reyes persas. Aquellos pasos que comunicaban las tierras bajas con la alti
planicie eran demasiado importantes para que Alejandro se resignase a dejarlos
en manos de un levantisco pueblo montañés; les mandó, pues, a decir que le
esperasen en los desfiladeros y que allí les pagaría en su moneda.
A la cabeza de la agema y de los otros hipaspistas, con unos ocho mil hom
bres más, tropas ligeras en su mayoría, y guiado por susianos, se dirigió por la
noche a otro paso muy difícil de montaña, que los uxios no se habían cuidado
de ocupar; al amanecer, llegó a los poblados de aquellos levantiscos montañeses;
la mayor paite de los que fueron sorprendidos en sus casas encontraron la muerte
allí mismo y sus viviendas fueron saqueadas y entregadas a las llamas. En seguida
el ejército corrió a los desfiladeros donde se habían concentrado los uxios de todos
aquellos contornos. Alejandro envió a Crátero con una parte del ejército a que
ocupase las alturas detrás de los pasos guardados por los uxios, mientras él mismo
avanzaba hacia los desfiladeros a toda prisa; y así, los bárbaros, cercados y aterra
dos ante la rapidez del enemigo, despojados de todas las ventajas que habría
podido procurarles la posesión de los desfiladeros, salieron huyendo velozmente al
ver a las tropas de Alejandro avanzar en formación cerrada; muchos rodaron
al abismo y muchos encontraron la muerte bajo las armas de los macedonios que
salieron en su persecución y, sobre todo, bajo las de las tropas de Crátero que ocu
paban las alturas a que corrieron a refugiarse. Al principio Alejandro quería alejar
de aquellos sitios a toda la tribu de los uxios montañeses, pero Sisigambis, la
reina madre, intercedió por ellos; decíase que su caudillo era Madates, casado con
una sobrina suya. Accediendo a las súplicas de la reina, Alejandro dejó que
aquellas tribus de pastores siguiesen habitando esta parte de las montañas, pero
les impuso un tributo anual de mil caballos, quinientas cabezas de ganado de
tiro y treinta mil ovejas; aquellas gentes no conocían el dinero ni las tierras la
brantías.
Quedaba, pues, abierta la entrada a las altas montañas, y mientras Parme-
mon, con la mitad del ejército, formada por la infantería pesada, la caballería
tesaliense y el tren militar, seguía por la calzada principal, Alejandro, acompa
ñado por la infantería macedonia, el resto de la caballería, los sarissóforos, los
agríanos y los arqueros, tomaba una vereda más corta, pero mucho más penosa,
para llegar a los pasos persas. Al quinto día, avanzando a marchas forzadas, con
siguió llegar a ellos, pero encontró la entrada bloqueada por poderosas murallas:
decíase que el sátrapa Ariobarzanes se hallaba detrás de aquellas murallas con
cuarenta mil hombres de a pie y setecientos de a caballo, en un campo atrin
cherado, dispuesto a defender a toda costa aquel paso tan importante. Alejandro