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78 LOS VECINOS DEL NORTE
al mando de sus cabecillas con la misma salvaje independencia que habían dis
frutado en tiempo de sus padres.
Los primeros que se levantaron en armas fueron los ilirios, acaudillados por
su príncipe Clito, el padre del cual, llamado Bardilis, habíase convertido de
carbonero en rey y había logrado unificar bajo su mando a los diversos cantones
iiíricos para organizar expediciones conjuntas de rapiña, llegando a ocupar cier
tas regiones fronterizas de Macedonia en los caóticos tiempos de Amintas y del
alorita Tolemao, hasta que, por fin, Filipo, tras enconadas luchas, logró rechazar
los hasta más allá del lago de Licnito. Su actual caudillo, Clito, contaba con
poder adueñarse, por lo menos, de los pasos situados al sur de este lago. LoS tau-
lantinos y su príncipe Glaucias, que ocupaban las tierras enclavadas al lado y
detrás de las de aquéllas, hasta la costa cercana a Apolonia y a Dirraquio, pre
paráronse para hacer causa común con los ilirios. Y también los autariates, que
desde hacía dos generaciones poblaban, los valles del Brongos y del Angras, de
lo que hoy es el Morava servio y búlgaro, arrastrados por el movimiento general
de rebeldía, se disponían a irrumpir en el territorio macedonio.
Y aún presentaba un cariz más peligroso la actitud de la numerosa tribu
tracia de los tribalos, enemigos de los macedonios, enclavada ahora al norte de
las montañas del Haimos y a lo largo del Danubio. Ya hacia el año 370,
desplazados por los autoriatas de sus tierras de la cuenca del Morava, habían
encontrado el modo de descolgarse a través de las montañas y de bajar hasta
Abdera, en el mar, para volver cargados de botín hasta las orillas del Danubio,
donde desalojaron a los getas de sus posiciones. Las poblaciones expulsadas de
aquella comarca retiráronse a los anchos llanos de la margen izquierda del
Danubio, de las que antes de ellos se habían posesionado, lo mismo que de las
marismas boscosas de las bocas del Danubio y de la estepa de la Dobrudja,
los escitas acaudillados por el viejo rey Ateas; éstos viéronse tan acosados por los
tribalos, que su rey, sintiéndose ya impotente para cerrarles el paso, invocó por
medio de los griegos de Apolonia amigos suyos la ayuda de Filipo, pero antes
de que llegasen los refuerzos macedonios ya los escitas habían hecho las paces con
los getas y volvieron las armas contra los que venían en su socorro; éstos les
infligieron, sin embargo, una dura derrota (año 339). Pero en su camino de
vuelta —a través de las tierras ocupadas por los tribalos—, Filipo vióse asaltado
alevosamente por aquellos mismos a quienes pensaba intimidar, le arrebataron
una parte del botín y en el encuentro salió personalmente herido, viéndose
obligado a retirarse a Macedonia sin haber castigado su fechoría. Al invierno
siguiente, tuvo que acudir a Grecia para librar la guerra anfictiónica y más
tarde le distrajeron con más importantes menesteres la sumisión de Tebas, la
organización de la liga corintia y la guerra contra el ílírico Pleurías; y la muerte
le sorprendió sin haber podido ajustarles las cuentas a los tribalios. En estas
condiciones, era natural que la subida al trono de un joven rey y los conflictos,
harto conocidos, desencadenados en la corte de Pella, tentasen a los tribalos con
la misma fuerza, por lo menos, que a los ilirios.