Page 408 - Egipto Tomo 1
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326                    EL CAIRO
                acomodados del Cairo, que invierten anualmente sumas fabulosas en obras de caridad, y no
                así como quiera, sino en fundaciones piadosas (aoukaf) muy pingües y de mil distintas
                formas, establecidas sobre garantías positivas, y  administradas por funcionarios probos y
                diligentes. Por punto general van anexas á las mezquitas, y sirven para el sosten de escuelas
                      gratuitas, medresehs, ó fuentes de vecindad situadas comunmente en las cercanías
                públicas y
                de los templos; y tales donaciones, llamadas sebil, destinadas á dar de beber al sediento,
                son de grandísima utilidad en una región en la cual apenas llueve, y en una ciudad por demás
                escasa de aguas potables. No hay para qué decir que la bienhechora costumbre de construir
                una cisterna para el público, que deriva indudablemente de la época en que los árabes,
                haciendo todavía la vida de los pueblos nómadas , recorrían la vasta extensión del desierto  , es
                de grandísima  utilidad para los que viven en  la ciudad, especialmente para  las  clases
                menesterosas que ó bien tendrían que invertir cantidades de importancia en satisfacer  al
                aguador que les surtiera de agua, ó no tendrían más remedio, para apagar su sed, que irla á
                buscar al Nilo, perdiendo para ello no poco tiempo y debiendo soportar fatiga no escasa.
                Y ni así podrían remediarse, no existiendo las fuentes de que estamos hablando; pues el agua
                del Nilo, en general tan rica, que Champolion no tuvo inconveniente en llamarla champagne
                de las aguas , diciendo de ella los árabes que si Mahoma la hubiese probado  , habría deseado
                vivir eternamente, se enturbia, y adquiere un sabor tan desagradable, que quita las ganas de
                bebería, cuando se acerca el período de la inundación. Dicho se está, pues, que miéntras dura
                ésta, es numerosa la concurrencia que á todas horas rodea tales fuentes. De ellas las hay en
                gran número rodeadas de verjas de bronce ó de empalizadas de madera con delicadas labores,
                cubriéndolas un techo voladizo que proporciona sombra bienhechora al sediento bebedor que
                para alcanzar  al tubo por donde mana  el  refrigerante  líquido,  debe encaramarse á  la
                escalerilla dispuesta al efecto,  la cual no sólo permite llegar  al caño, sino también á la
                puertecita del depósito en que se halla el repartidor.
                  Poéticas inscripciones en letras doradas consignan el nombre del bienhechor á quien se
                debe la fuente, sebil, ó más bien sebil Alcth, que es lo mismo que si dijera sendero de Dios, va
                que para el creyente, dar de comer al hambriento y dar de beber al que tiene sed, constituyen
                                 más cortos para gozar de la vista de Dios después de la vida
                los caminos más seguros y
                presente.  Así se explica que  los aguadores callejeros que se anuncian á los transeúntes
                dejando oir  el regocijado retintín de sus albogues, para ponderarles  el contenido de sus
                odres, no menores que un gran pellejo y encarecerles  lo que hay de misericordia en su
                oficio, griten por intervalos: «El caminito de Dios, beba quien tenga sed.»
                  De fijo debió ser en  el desierto donde por vez primera se oyeron tales palabras. Las
                piadosas frases: «perdone Dios tus pecados, aguador,» ó «tenga Dios misericordia de los
                » tuyos,» adquieren un acento particular en boca del sakka, cuando con  el propósito de
                realzar  el esplendor de una fiesta, se le colma de alabanzas por distribuir gratuitamente  el
                agua al pueblo, que después de apurar  el contenido del vaso, contesta Amin (Amen) á
                aquella fórmula piadosa, manifestando así su gratitud, y que en cuanto ve exhausto el odre,
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