Page 72 - El judío internacional
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suelen divulgarse por el mundo con más persistencia que ninguna otra. Y, finalmente, comprenderá
también quienes son siempre los profetas de tales ideas.
Tal como lo confiesan explícitamente los Protocolos, se conquisto la primera victoria sobre el
sentido común público, por medio del efecto destructor de las ideas que se agrupan en torno del
concepto "democracia". De donde resulta que la idea es el arma esgrimida. Y para que sirva de
arma debe necesariamente oponerse diametralmente la idea a la dirección de la vida humana, e
imprescindiblemente deberá contener una teoría irreconciliable con los hechos de la vida practica.
Por otra parte, idea alguna de índole antinatural, puede tener esperanzas de arraigar o tener
influencia en las masas, salvo que se presente al intelecto humano como "racional", excelente e
inspirada". La verdad, en cambio, muchas veces aparece al primer golpe de vista como irracional,
opresora y mala. Pero jamás deja de tener esta eterna ventaja: la de ser la verdad, y todo cuanto
sobre ella se edifique, nunca podrá sucumbir envuelto en confusiones.
Este primer paso, aun cuando no otorga "todavía el poder sobre la opinión publica, conduce,
empero, hacia ello. Es necesario fijarse en que la inoculación del veneno del "liberalismo", según
los Protocolos, aparece en lugar preferente, y únicamente después vienen las palabras: "para
alcanzar el dominio sobre la opinión publica, hay que perturbarla, en primer termino". La verdad es
siempre una e inmutable por lo cual no podrá perturbarse jamás. Mas el liberalismo falso y gritón
que se sembró, y que bajo el cultivo hebreo madura en Norteamérica con mayor rapidez que lo
hiciera en Europa, se deja fácilmente embrollar, provocando confusiones por doquier, precisamente
por no ser la verdad. Constituye un error, y este se presta en mil formas distintas. Tómese un
pueblo, un partido, un municipio, una organización cualquiera, arrojando allí el "veneno del
liberalismo", y se lo podrá disgregar en tantas partículas como miembros tiene, produciendo, tan
solo, pequeñas desviaciones de la idea original. Teodoro Herzl, el judío puro, un hombre de
horizonte político mucho más amplio que el de todos los estadistas juntos, y cuyo programa
coincidía cabalmente con el de estos Protocolos, ya sabia esto de muchos años, al declarar que el
Estado Sionista o Estado Judío, sobrevendría antes de que pudiera hacerlo el Estado Socialista,
porque supo los millares de subdivisiones que debía producir el "liberalismo", implantarlo por el y
sus antecesores.
El metódico desarrollo del que fueron víctimas todos los pueblos no judíos, pero jamás los judíos
(¡jamás los judíos!), es el siguiente: en primer termino se inventa un "vasto, grandioso" ideal. El
vocablo "magnanimidad" aparece invariablemente en cada protesta hebrea contra cualquier
referencia publica del nombre judío y de su plan mundial, diciendo siempre: "le habíamos
considerado a usted magnánimo como para no sospechar tal cosa de los judíos", o "a fulano de tal
lo suponemos lo bastante magnánimo para no proferir tales absurdos", o "creímos siempre que tal
o cual diario o revista obraría con suficiente magnanimidad para no admitir tal literatura".
Constituye esta norma una especie de clave para el estado intelectual que deberían tener los no-
judíos, estado de tolerancia imbécil, pleno de fraseología sin sentido en torno de la "libertad" que
acciona como un espasmódico sobre la mente y el sentimiento, deja pasar bajo su amplio manto
toda índole de pensamientos y hechos inconfesables. La hoquedad en la frase, la charla
demagógica, es una de las mas terribles armas del judaísmo (véase lo que se dijo en el 5º
Protocolo; "en todas las edades confundieron siempre los hombres, las palabras por los hechos"), y
con singular franqueza declaran los Protocolos que estas frases no tienen en realidad valor
intrínseco.
Nada contribuyo tanto a producir esta "magnanimidad", o sea en suma un estado de ánimo cuya
superficiabilidad deja notar francamente su carencia de fondo, como la idea del "liberalismo"
siempre predicada por los judíos a los no-judíos, pero por la que ellos no se guían jamás.
Necesitamos, por fuerza, una nueva forma de entregarnos a las realidades de la vida, a los hechos
tales como son, y que nos coloque en condiciones de resistir esas frases de "magnanimidad",
mostrando en cambio una sana y verídica "intolerancia contra todo, menos contra la verdad. Son
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