Page 320 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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La celda y  el rito iniciático  309
        desdén sentirá su corazón para seguir la dirección que el maestro  le
        marque, y claro es que  si el novicio se desdeña de aprender, también
        dejará de practicar sus enseñanzas, y  si omite la práctica, los velos
        le envolverán y será expulsado del camino de Dios y se condenará
        eternamente. Su condición será tan vil como la del perro. Pidámosle
       a Dios para nosotros y para todos los muslimes la gracia de la salud.
          No debe tampoco el maestro permitir que su novicio trate con na-
       die que no sea de los hermanos que con él conviven bajo su dirección:
       que ni haga visitas ni las reciba; que no hable con persona alguna ni
       de asuntos buenos ni de asuntos malos; que no converse tampoco con
       sus hermanos acerca de los carismas e ilustraciones divinas que le so-
       brevengan. Si alguna de estas cosas le deja hacer el maestro, le per-
       judicará.
          No debe tener  el maestro clase con sus discípulos, más que una
       sola vez al día, ni permitir que entre a su celda personal ninguno de
       sus hijos, más que aquel a quien haya escogido como discípulo íntimo.
       Lo mejor será que ni siquiera haga esto, a fin de que en su propia
       celda no vea alma viviente, pues esa persona extraña puede con su
       presencia influir en su personal estado de espíritu, según sea la es-
       piritualidad de aquella persona, y alterar por ello quizá el estado mís-
       tico del maestro en su soledad con Dios. Esto no  lo entienden bien
       todos los maestros. Por eso, para las reuniones con sus discípulos debe
       tener además el maestro otra celda distinta. A cada novicio le destinará
       también una celda particular, en la cual haya de vivir él solo, sin que
       en ella entre nadie distinto de  él. Conviene, además, que cuando  el
       maestro lo vaya a instalar en esa celda, entre él antes que  el novicio,
       e inclinándose profundamente dos veces ante Dios, examine cuál sea
       la energía de la espiritualidad de aquel novicio, cuál su temperamento
       y las exigencias de su estado moral. Recoja su propio espíritu el maes-
       tro, durante esas dos inclinaciones, en la presencia de Dios y a inten-
       ción  del estado de aquel novicio; y después, instálelo en  la celda.
       Obrando así,  el maestro atraerá sobre  el novicio las gracias divinas
       y con su bendición acelerará el feliz éxito de su formación.
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