Page 290 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Avanzamos varios pasos antes de que Conrad respondiera, aparentemente
con una extraña reticencia.
—Excepto por un único incidente, diría que jamás hubo un hombre más
cuerdo. Pero una noche, en su estudio, pareció romper repentinamente todos
los límites de la razón.
»Había disertado durante horas sobre su tema favorito, la magia negra,
cuando repentinamente gritó, mientras su cara se iluminaba con un extraño
resplandor atroz. “¿Por qué te cuento estas niñerías? Estos rituales vudú…
estos sacrificios sinto… las serpientes emplumadas… los machos cabríos sin
cuernos… los cultos del leopardo negro… ¡bah! ¡Son polvo y escoria que se
lleva el viento! ¡Heces del auténtico Desconocido… de los profundos
misterios! ¡Son meros ecos del Abismo!
»¡Podría contarte cosas que harían añicos tu insignificante cerebro!
¡Podría susurrar a tu oído nombres que te secarían como a un hierbajo
quemado! ¿Qué sabes de Yog-Sothoth, de Kathulos y las ciudades hundidas?
Ninguno de estos nombres aparece ni siquiera incluido en tus mitologías. ¡Ni
en tus sueños has atisbado las negras murallas ciclópeas de Koth, o has
temblado bajo los vientos nocivos que soplan procedentes de Yuggoth!
»“¡Pero no te aniquilaré con mi negra sabiduría! No puedo esperar que tu
cerebro infantil soporte lo que el mío contiene. Si fueras tan viejo como yo…
si hubieras visto, como yo he visto, reinos desmoronarse y generaciones
perecer… si hubieras cosechado como si fueran grano maduro los secretos
oscuros de los siglos…”.
»Estaba desvariando, su cara violentamente iluminada apenas conservaba
una apariencia humana, y de pronto, notando mi evidente perplejidad, estalló
en una horrible carcajada cacareante.
»“¡Dios! —gritó con una voz y un acento que me resultaron desconocidos
—, me temo que te he asustado, y por cierto que no es de extrañar, siendo tú
como eres un salvaje desnudo en lo tocante a las artes de la vida. Crees que
soy viejo, ¿eh? Bueno, patán boquiabierto, te morirías al instante si te dijera
cuántas generaciones del hombre he conocido…”.
»Pero en ese momento me dominó tal horror que huí de él como si fuera
una víbora, y su risa aguda y diabólica me siguió cuando salí de la casa
sombría. Unos días después recibí una carta disculpándose por sus modales y
achacándolos con franqueza, con demasiada franqueza, a las drogas. No le
creí, pero, tras ciertos titubeos, reanudé nuestras relaciones.
—Parece una auténtica locura —musité.
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