Page 124 - Fantasmas
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FANTASMAS


           caron  el torso  de su  padre,  empapando  su  camiseta  y corro-
           yéndola con  un  siseante  chisporroteo.  Francis  giró la cara  de
           Buddy en  una  y otra  dirección,  buscando  devolverle  su  aspec-
           to habitual, pero  era  inútil.  Mirara  hacia donde mirara  se había

           convertido  en  alguien diferente,  en  un  extraño.
                 Un olor a tocino  quemado  captó  su  atención  y cuando
           bajó la vista  reparó  en  que  el estómago  de su  padre se  había
           hundido  hacia  dentro  y se  había  convertido-en  un  cuenco  re-
           bosante  de una  especie  de caldo  rosa;  los rojos huesos  de sus
           costillas  brillaban  y tenían  adheridos  jirones  de tejido fibro-
           so.  El estómago  de Francis  se  encogió  de hambre,  un  hambre
           dolorosa  y desesperada.  Se acercó  para  que sus  antenas  detec-
           taran  lo que había allí, pero no pudo esperar  más, no pudo con-
           tenerse  y se  tragó las entrañas  de su  padre a grandes  bocados
           mientras  chasqueaba las mandíbulas  con  fruición.  Devoró  has-
           ta su última víscera y después se  alejó tambaleándose,  casi ebrio.
           Los oídos  le zumbaban  y le dolía el vientre,  de tan  saciado  que
           estaba.  Así que  gateó hasta  meterse  debajo  de la mesa  y des-
           cansó.

                 A través  de la mosquitera  de la puerta  podía ver  un  tra-
           mo  de carretera.  Todavía  mareado  por el festín,  observó a al-
           gún que  otro  camión  pasar  de largo de camino  al desierto.  La
           luz de sus  faros  parecía rozar  el asfalto  al enfilar  una  pequeña
           pendiente y después desaparecían  a toda velocidad,  ajenos a to-
           do.  La visión  de aquellos  faros  deslizándose  sin esfuerzo  por
           la oscuridad  le hizo recordar  lo que sintió  al despegar del sue-
           lo y elevarse  por el aire de un  gran  salto.
                 Pensar  en  surcar  el aire  le hizo  desear  respirar  un  poco,
           así que se arrastró  hasta la puerta,  ya que estaba demasiado  ahí-
           to  como  para  volar.  Aún  le dolía  el vientre.  Caminó  hasta  el
           centro  del aparcamiento  de grava,  inclinó  la cabeza  hacia atrás
           y observó  el cielo  de la noche.  La Vía Láctea  era  un  río espu-
           moso y  brillante.  Oía a los grillos  entre  la hierba,  su  extraña



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