Page 120 - Fantasmas
P. 120

FANTASMAS


          co de madera.  El suave  golpe bastó para que el corazón  de Fran-
          cis le saltara dentro  del pecho. Pero  su  padre sólo pareció hun-
          dirse más entre  los pechos de Ella. Francis  avanzó  sigilosamente
          hasta la mesa  y se  inclinó  sobre  la ensaladera.  No quedaba na-
          da, salvo  un  fondo  grasiento  de salsa  y  unas  cuantas  hojas de
          lechuga pegadas  a las paredes  del recipiente.  Trató  de pescar
          una,  pero  sus  manos  ya no  eran  manos.  La cuchilla  con  forma
          de espátula  en  que terminaba  su  pata delantera  golpeó el inte-
          rior de la ensaladera,  volcándola.  Trató  de agarrarla,  pero  ésta
          rebotó  en su pezuña ganchuda y cayó al suelo con  ruido de cris-
          tales  rotos.

                Francis  se  agachó,  tenso.  Detrás  de él, Ella gimió confu-
          sa, despertándose.  Después  se  oyó un  chasquido.  Francis  vol-
          vió la cabeza  y vio a su  padre, de pie,  a menos  de un  metro  de
          él. Llevaba  despierto  desde  antes  de que se  cayera  la ensalade-

          ra —Francis  se  dio cuenta  inmediatamente—,  tal vez  incluso
          llevaba  fingiendo  dormir  desde  el principio.  Tenía  el arma  en

          una  mano,  abierta  y lista para  ser  cargada y con  la culata  suje-
          ta bajo la axila.  En la otra  mano  sujetaba una  caja de munición.
          Había  tenido  la escopeta  todo  el tiempo,  escondida  entre  su
          cuerpo y el de Ella.

                —Bicho  asqueroso  —dijo, mientras  abría con  el dedo pul-
          gar la caja de munición—.  Supongo  que  ahora  me  creerán.
                Ella cambió  de postura,  asomó  la cabeza  por detrás  del
          sofá y profirió un  grito ahogado:

                —Oh,  dios  mío.  Oh, dios  mío.
                Francis  trató  de hablar,  de suplicarles  que no  le hicieran
          daño,  que  él no  les haría  nada.  Pero  de su  garganta  sólo  salió
          aquel sonido, como  cuando  alguien agita con  furia un  trozo  de
          metal flexible.

                —¿Por  qué hace  ese  ruido?  —gritó  Ella.  Intentaba  po-
          nerse  de pie, pero  estaba  demasiado  hundida  en  el sofá y no
          conseguía  incorporarse—,  ¡Aléjate de él, Buddy!



                                        118
   115   116   117   118   119   120   121   122   123   124   125