Page 245 - Fantasmas
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Joe  HiLL



          Por supuesto  que mi madre  no  la había mandado a la in-
    cineradora.  Ella nunca  tiraba  nada, pues  tenía  la teoría  de que
    todo podría necesitarlo  más  adelante.  Acumular  cosas  era  una
    manía,  y no  gastar  dinero, una  obsesión.  No sabía nada de re-
    formar casas,  pero jamás se le habría pasado por la cabeza con-
    tratar  a alguien para  que  la ayudara.  Mi dormitorio  acabaría
    destrozado  y yo seguiría durmiendo  en  el sótano  hasta que ella
    tuviera  que  usar  pañales  y yo ocuparme  de cambiárselos.  Lo
    que ella llamaba  autosuficiencia  era  en  realidad  pura tacañería,
    y no  pasó mucho  tiempo  antes  de que me  contagiara y renun-
    ciara a intentar  ayudarla.
          El dobladillo  satinado  de la capa  era  lo suficientemente
    largo como  para que pudiera anudármela  alrededor  del cuello.
          Estuve  sentado  largo rato  en  el borde  de la cama,  con  los
    pies levantados  como  una  paloma en un palomar, y con  la man-
    ta que  me  llegaba  a la mitad  de la espalda.  El suelo  estaba  a
    tan  sólo un  metro  de mí, pero  yo lo miraba  como  si estuviera
    a quince.  Por fin me  decidí y tomé  impulso.
          Mantuve  el equilibrio.  Me tambaleé  inseguro  hacia atrás
    y hacia  delante,  pero  no  me  caí.  El aire se  me  quedó en  el dia-
    fragma y pasaron  varios  segundos  hasta  que  conseguí  expul-
    sarlo, con  un  bufido  equino.
          Ignoré los tacones  de mi madre  golpeando  el suelo del pi-
    so  de arriba a las nueve  de la mañana.  Lo intentó  de nuevo a las
    diez, esta  vez  abriendo  la puerta  y gritándome  :«¿Vas  a levan-
    tarte  de una  vez?»  Le grité que ya estaba levantado  y era cierto:
    estaba  a tres  metros  del suelo.
          Para  entonces  llevaba  horas  volando...  aunque,  insisto,
    llamar volar a aquello trae  a la cabeza una  clase de imagen con-
    creta,  uno  piensa en  Superman.  Imaginen,  en lugar de eso,  a un
    hombre  sentado  en una  alfombra  mágica con  las rodillas  apre-
    tadas  contra  el pecho. Ahora  eliminen  la alfombra  mágica y
    tendrán  una  idea aproximada.



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