Page 89 - Fantasmas
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Joe HiLL
—Es curioso —dije—. Pensaba que tu madre no sabía lo
que era una verga. Y ahora resulta que no sólo lo sabe, sino que
es una experta. Oye, si alguna vez necesita hacer más investi-
gaciones aquí tiene un espécimen fuera de lo común para exa-
minarlo.
Entonces Art me escribió que para eso necesitaría un mi-
croscopio y yo le contesté que más bien tendría que apartarse
unos metros cuando me desabrochara la bragueta y así conti-
nuó la cosa. Pueden imaginar el resto de la conversación. Ca-
da vez que tenía ocasión le tomaba el pelo a Art con su madre,
no podía evitarlo. Empezaba en cuanto ella abandonaba la ha-
bitación, cuchicheando cosas como lo buena que estaba para
ser tan mayor y qué le parecería si se moría su padre y yo me
casaba con su madre. Art, por el contrario, nunca hizo un so-
lo chiste sobre mi padre. Si quería meterse conmigo, se burla-
ba de cómo me chupaba los dedos después de comer o de que
no siempre llevaba calcetines del mismo color. No es difícil en-
tender por qué Art no se metía nunca con mi padre de la ma-
nera que yo lo hacía con su madre. Cuando tu mejor amigo
es feo —pero feo en el peor sentido, quiero decir, deforme—
no le haces bromas del tipo «vas a romper el espejo de lo feo
que éres». En una amistad, en especial entre dos chicos jóve-
nes, está permitido, incluso se da por hecho, un cierto grado de
crueldad. Pero de ahí a hacer daño de verdad hay un trecho y
bajo ninguna circunstancia se deben infligir heridas que pue-
dan dejar cicatrices permanentes.
También nos acostumbramos a hacer la tarea en la casa
de Arthur. A última hora de la tarde nos metíamos en su cuar-
to a estudiar. Para entonces su padre ya había terminado de dar
sus clases, de manera que ya no teníamos aquel son taladrán-
donos el tímpano. Yo disfrutaba estudiando en la habitación
de Art, de la tranquilidad y de trabajar rodeado de libros; Art
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