Page 84 - Extraña simiente
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Paul hizo una seña hacia la puerta trasera. Estaba cerrada.

                    —¿Anoche, quieres decir? —preguntó Rachel—. No, que yo recuerde —
               se quedó un momento pensativa y añadió—: Espera un momento, quizás sí.
               Nada  más  subir  tú  a  comprobar  que  el  niño  estaba  bien  yo  estaba  aquí
               recogiendo y oí como si hubiera alguien en las escaleras traseras; así que abrí

               la puerta y eché un vistazo afuera, pero no vi a nadie —Rachel hizo una pausa
               —. Sería un mapache —prosiguió—. Recuerdo una vez que vino uno justo
               hasta  esta  puerta.  Debe  ser  posible  domesticar  un  mapache  si  se  es
               perseverante, ¿verdad?

                    Rachel esbozó una sonrisa rápida y nerviosa. La cara de Paul siguió igual
               de inexpresiva.
                    —Bueno,  de  todas  formas,  no  debí  cerrar  bien  la  puerta  y  el  viento  la
               habrá abierto.

                    Tras una pausa, añadió:
                    —No entiendo, ¿qué tiene de importante, Paul?
                    Paul se levantó bruscamente.
                    —Te lo voy a explicar —le dijo.

                    Alcanzó la puerta en un par de zancadas y la abrió.
                    —Cuando me levanté, la puerta estaba abierta de par en par. Y mira lo
               que descubrí —dijo, señalando la puerta.
                    Rachel miró hacia donde él le señalaba.

                    —No veo nada, Paul.
                    —Pues acércate, ¡joder!
                    Ella dudó, sorprendida por el tono de su voz; luego apartó la cacerola con
               la avena y obedeció.

                    —De acuerdo —dijo Rachel intentando con demasiado esfuerzo que su
               voz sonara preocupada—. ¿Qué descubriste?
                    —Esto —dijo Paul recorriendo con la yema de los dedos la parte derecha
               del marco de la puerta, a medio metro del suelo—. Estas huellas, míralas.

                    Rachel  se  inclinó  ligeramente  y  observó  las  huellas  fingiendo  un
               desinterés total. Se enderezó.
                    —Bueno, perdona, Paul. Lo hace por todas partes; tendrías que ver cómo
               está su cama. Ya le he reñido, pero no se puede reñir a un gato, ¿verdad? No

               lo entiende…
                    —¡Para  un  momento!  —le  interrumpió  Paul—.  ¿Crees  que  esto  lo  ha
               hecho el gato?
                    —Claro que sí. Lo araña todo.

                    —Fíjate mejor, Rachel —dijo Paul señalando las huellas.




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