Page 86 - Extraña simiente
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—¿Qué es lo que me dijo, Rachel?

                    Paul  avanzó  unos  pasos  hacia  ella,  se  detuvo  y  fijó  la  mirada  sobre  el
               mango roto y puntiagudo que blandía amenazadora.
                    —Rachel —dijo Paul preocupado—. ¿Qué vas a hacer con eso?
                    —Lo que Hank empezó a hacer y tú no le dejaste terminar, Paul.

                    —¿De qué demonios estás hablando?
                    Rachel se volvió hacia el cuarto de estar. Paul la alcanzó y la sujetó por la
               muñeca.
                    —¡Rachel!

                    Ella se liberó de él, gracias a la brusquedad de sus movimientos más que a
               su fuerza. Segundos más tarde, había atravesado la cocina, el cuarto de estar y
               había abierto la puerta que daba a la escalera.
                    Paul  reaccionó  lentamente,  debido  a  la  confusión  que  le  embargaba.

               Cruzó corriendo el cuarto de estar y la oyó; había debido llegar hasta arriba de
               las escaleras. Abrió la puerta que Rachel había cerrado de un portazo detrás
               de ella. Alcanzó a ver la sombra fugaz de su camisón cuando, ya arriba, dobló
               la esquina y empezó a cruzar el pasillo del segundo piso que llevaba al cuarto

               del niño.
                    —Rachel, ¡detente!
                    Paul subió las escaleras de tres en tres. Al llegar al descansillo se detuvo
               un  instante,  la  mirada  desenfocada  y  dilatada,  apuntando  hacia  el  suelo  de

               tablas,  la  mano  fuertemente  apretada  contra  las  costillas.  Inspiró
               profundamente y miró el pasillo que se extendía frente a él. Vio que la puerta
               del niño estaba abierta. Tratando en vano de ignorar el dolor que le laceraba el
               costado, avanzó por el pasillo, dando traspiés.

                    —¡Rachel!  —murmuró  Paul;  ni  él  mismo  oyó  su  llamada—.  ¡No  lo
               hagas!
                    Cuando llegó a la habitación del niño vio una escena grotesca e increíble.
               Pero sabía que a pesar de lo increíble y grotesca que era la escena, él no podía

               hacer nada.
                    —Rachel, querida… —suplicó.
                    Antes de que Paul cayera al suelo, desmayado, el niño, sentado sobre el
               camastro en el fondo del cuarto, le miró. Rachel, blandiendo con fuerza la

               cuchara rota contra el niño, también levantó la mirada hacia él. La cara del
               niño  estaba  como  siempre,  aunque  esta  vez  de  manera  incomprensible,
               completamente vacía de expresión y la de Rachel rota por la misma sonrisa
               terrible que esbozó hacía menos de un minuto.







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