Page 87 - Extraña simiente
P. 87
* * *
El mundo del cual Paul luchaba por salir, primero sin mucha convicción y
luego desesperadamente, era el mundo de la memoria. La memoria que una
vez disparada era imposible controlar por llevar tanto tiempo reprimida. Era
un mundo poblado por él, su padre y todas las formas que estas dos personas
puedan tomar: Samuel Griffin, joven padre cuyo orgullo y alegría han sido
silenciados por la muerte de su mujer en el parto.
Paul Griffin, cuando niño, esperando largas horas de soledad en la granja
a que volviera su padre de trabajar.
Samuel Griffin cerrando todas las puertas y ventanas de la casa para
protegerlos de la feroz tormenta de invierno.
Paul Griffin, salvado milagrosamente de la muerte tras una pulmonía,
arrullado en brazos de su padre.
Paul Griffin escuchando, sin apenas comprender, a su padre hablando con
gran respeto de «Lumas, mi viejo amigo».
Samuel Griffin, que recordando a su mujer lloraba abiertamente, sin
vergüenza, pero de alguna manera sin tristeza.
Padre e hijo paseando por el oscuro bosque, y las palabras del padre:
«Alguien te dirá, hijo, que los océanos son el origen de toda vida». Y
entonces, con un amplio gesto que abarcaba todo el bosque, decía: «Pero
ahora ésta es la fuente».
Todo este mundo era, al mismo tiempo, para Paul un caleidoscopio y un
proceso de madurez. Y él, como parte integral, como participante y
observador, sentía que era más real que el de Rachel amenazando con una
cuchara partida, que los campos que tenía que plantar, que casas destrozadas
por los gamberros y vueltas a arreglar y que las huellas de dientes humanos
encontradas en una puerta.
Era una realidad tan rígida, tan ineludible que para un pensamiento finito
resultaba ilusoria.
Paul luchaba por escapar de ella, de su tenaza sofocante; cada escena, al
pasar por su memoria, aunque fuera en una fracción de segundo, era
intemporal y parecía que hubiera sido pintada sobre una inmensa rueda
giratoria.
El recuerdo del último día, el día de la muerte de su padre, pasó trémulo.
Luego vino el recuerdo del día siguiente; horas de silencio torturante al
principio, como si la tierra que rodeaba la granja y la granja misma se
hubieran separado del fluir, de los acontecimientos y del ruido de la
Página 87