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530 aquella conferencia no se cuestionaron los datos del hombre de Pittsburgh. Si
531 él decía que una empresa valía tanto, entonces valía exactamente eso y nada
532 más. También insistió en incluir en la combinación sólo aquellas empresas que
533 había elegido. Había ideado una corporación en la que no habría duplicación,
534 ni siquiera para satisfacer la avaricia de amigos que querían descargar sus
535 empresas en los anchos hombros de Morgan. Por lo tanto, omitió a propósito
536 varias de las empresas más grandes sobre las que las morsas y los carpinteros
537 de Wall Street habían fijado sus ojos hambrientos”.
538 “Cuando amaneció, Morgan se levantó y se enderezó. Sólo le quedaba una
539 duda “¿Crees que puedas persuadir a Andrew Carnegie para que venda?
540 Preguntó él”. “Puedo intentarlo”, respondió Schwab.
541 “Si puedes lograr que venda, me comprometeré con el asunto”, dijo Morgan.
542 “Hasta allí todo iba bien. Pero, ¿V endería Carnegie? ¿Cuánto pediría?
543 (Schwab pensó en unos 320 millones de dólares). ¿Cómo se realizaría el
544 pago? ¿En acciones ordinarias o preferentes? ¿En bonos? ¿En efectivo? Nadie
545 podía reunir 320 millones de dólares en efectivo”.
546 “En enero acudieron a un partido de golf en los helados prados de St.
547 Andrews, en Westchester; Andrew envuelto en abrigos para protegerse del
548 frío y Charlie hablando sobre trivialidades, como era habitual, para mantener
549 el buen humor. Pero no mencionaron ni una sola palabra sobre negocios hasta
550 que ambos se sentaron en la cálida sala de la casa de campo de Carnegie.
551 Entonces, con el mismo poder de persuasión con que había hipnotizado a
552 ochenta millonarios en el University Club, Schwab habló de brillantes
553 promesas de jubilación en la comodidad y habló sobre los innumerables
554 millones para satisfacer los caprichos sociales del anciano. Carnegie estuvo de
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