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aspectos de la expresión davídica con relación a la oración: le
hablamos a Dios y él nos habla. Esa verdad fue también realzada por el
profeta Jeremías: “Clama a mí, y yo te responderé” (33:3). De modo que
la oración es una conversación con Dios, que requiere tiempo y
disposición. Pero, ¿cómo oír la voz de Dios?
En primer lugar, la oración no es magia o una especie de palabra o
gesto que garantiza el resultado que esperamos. Cuando reducimos
la oración a una mera magia, trivializamos a Dios, creamos una
imagen y concepto caricaturizado de Dios. Cuando Jesucristo nos
enseñó que, si pedimos en su nombre, él atendería nuestro pedido
(Juan 14:13), estaba hablando de algo mucho más profundo que solo
fórmulas o recetas que, mágicamente conducen a un resultado.
La asistencia a la iglesia o el trabajo formal o informal en la iglesia, no
tendrán poder para afectar la espiritualidad personal o familiar si no se
busca a Dios en primer lugar dentro de casa por medio de (1) comunión
particular de cada miembro de la familia y (2) del culto familiar, un
momento bien corto, todos juntos (ningún miembro de la familia con
permiso especial para quedarse en cama o faltar), dos veces por día
(mañana y tarde), para orar, cantar, estudiar algo relacionado a la
Palabra de Dios.
En la casa de mis padres, eso era más importante que la comida, el
estudio o los juegos, y también las visitas entendían que estaban
incluidas. Lo mismo en los viajes, se detenía el auto en el horario del
culto; porque si Dios no es el primero y el último, no ocupa ningún lugar.
¿Cómo oír la voz de Dios? Para esta pregunta la respuesta es sencilla
y directa: Necesitamos dedicar tiempo de calidad y cantidad a la
oración; en ese proceso, nuestra disposición irá mejorando. Solo así
tendremos condiciones de discernir la voz de Dios.
Finalmente, los efectos
de la oración, también,
son notorios en las
personas cuando tienen
que afrontar situaciones
límite como
enfermedades terminales
o incluso la muerte de un
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