Page 11 - ESPERANZA
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se desconoce la cifra exacta de
accidentados o muertos en estos lugares
pero se calcula que fueron cientos ya que
los desprendimientos de piedra, las
explosiones con pólvora y los demás
trabajos manuales no poseían protección
alguna; despeñarse, morir aplastado,
perder un ojo, morir producto de una
voladura fuera de tiempo, caer bajo las
ruedas de una zorra cargada con material
o ser parte de un desprendimiento en
zonas de voladura eran riesgos más
frecuentes que una enfermedad.
Uno de los accidentes más conocidos por
la historia con respecto a explosiones es
el ocurrido en 1942 en la cantera de La
Movediza (zona de la Piedra Movediza,
en Tandil), donde el “foguín” (nombre dado a quien encendía la mecha de los
cartuchos de dinamita) Paoletta ayudaba a armar un “patarro” (cartucho) cuando
ocurrió un accidente y todos quienes estaban allí volaron literalmente en pedazos;
fueron sepultados por una montaña de piedras y cascajos y los siguientes tres días
la comunidad se dedicó a buscar los pedazos de sus compañeros. Cuando pudieron
rescatar los cuerpos a Paoletta le faltaba un brazo, quince días después se encontró
ese brazo y se decidió abrir el ataúd para darle también cristiana sepultura.
También eran muy frecuentes las muertes de niños en esas colonias improvisadas,
la viruela, diarrea estival, pulmonía, difteria o escarlatina estaban a la orden del día
entre éstos. Las muertes se debían más a las grandes distancias que se
encontraban de las ciudades y la medicina que a las enfermedades en sí; no se
contaba con médicos en esos lugares ni con recursos económicos como para
solventar tratamiento alguno.
Quienes lograron sobrevivir a las canteras del Tandil, los picapedreros más fuertes
y a quienes enfermedades tales como artritis, artrosis, ciática o reumatismo no
lograron detener ante esa vida tan sacrificada, cuando ya no pudieron seguir
trabajando el duro granito emigraron a Mar del Plata para trabajar la piedra blanca
que se puso de moda y con la que se revestían chalets. Esta piedra, de naturaleza
cuarcítica, desprendía un fino polvo al trabajarla, un polvo sumamente liviano, que
solía permanecer flotando en el aire y era respirado por los trabajadores
depositándose en los bronquios. Así, los más fuertes, los que habían sobrevivido a
todo, morían en manos de la piedra al fin y al cabo sufriendo de silicosis pulmonar.
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